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Saturday, January 15, 2011

PILATO


Gobernador romano de Judea durante el ministerio terrestre de Jesús. (Lu 3:1.) Cuando se depuso a Arquelao, hijo de Herodes el Grande, de ser rey de Judea, el emperador nombró gobernadores para dirigir la provincia, de los que probablemente Pilato fue el quinto. Tiberio lo nombró en el año 26 E.C., y su gobernación duró un decenio.

Se sabe poco de la historia personal de Poncio Pilato. El único período de su vida que recibe mención histórica es el de su gobernación en Judea. La única inscripción que ha aparecido con su nombre se halló en 1961 en Cesarea; esta también hace referencia al Tiberieum, edificio que Pilato dedicó a Tiberio.

Como representante del emperador, el gobernador ejercía pleno control sobre la provincia. Podía imponer la pena capital, y según los que respaldan el punto de vista de que el Sanedrín también podía dictar esta pena, ese tribunal judío tenía que obtener la ratificación del gobernador para hacer válida su sentencia. (Compárese con Mt 26:65, 66; Jn 18:31.) Como la residencia oficial del gobernador romano estaba en Cesarea (compárese con Hch 23:23, 24), el cuerpo principal de las tropas romanas estaba apostado allí, con una fuerza más pequeña guarnicionada en Jerusalén. Sin embargo, según la costumbre, el gobernador residía en Jerusalén durante las temporadas festivas (como en el tiempo de la Pascua), y llevaba refuerzos militares consigo. En el caso de Pilato, su esposa también estaba con él en Judea (Mt 27:19), lo que era posible debido a un cambio anterior en la política gubernamental romana con respecto a los gobernadores que se hallaban en asignaciones peligrosas.

La gobernación de Pilato no fue pacífica. Según el historiador judío Josefo, Pilato tuvo un mal comienzo en lo que respecta a las relaciones con sus súbditos judíos: de noche envió a Jerusalén soldados romanos que llevaban insignias militares con imágenes del emperador. Este suceso provocó un gran resentimiento, y una delegación de judíos viajó a Cesarea para protestar por la presencia de las insignias y exigir que las quitasen. Después de cinco días de discusión, Pilato intentó atemorizar a los que hicieron la petición, amenazándolos con que sus soldados los ejecutarían, pero la enconada negativa de aquellos a doblegarse le hizo acceder a su demanda. (Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. III, sec. 1.)

Filón, escritor judío de Alejandría (Egipto) que vivió en el siglo I E.C., narra un acto similar de Pilato que provocó una protesta. En esta ocasión tuvo que ver con unos escudos de oro que llevaban los nombres de Pilato y Tiberio, y que Pilato había colocado en su residencia de Jerusalén. Los judíos apelaron al emperador de Roma, y Pilato recibió la orden de llevar los escudos a Cesarea. (Sobre la embajada ante Cayo, XXXVIII, 299-305.)

Josefo aún menciona otro alboroto: a expensas de la tesorería del templo de Jerusalén, Pilato construyó un acueducto para llevar agua a Jerusalén desde una distancia de casi 40 Km. Grandes multitudes vociferaron contra este acto cuando Pilato visitó la ciudad. Pilato envió soldados disfrazados para que se mezclasen entre la multitud y la atacasen al recibir una señal, lo que resultó en que muchos judíos muriesen o quedasen heridos. (Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. III, sec. 2; La Guerra de los Judíos, libro II, cap. IX, sec. 4.) Al parecer se consiguió realizar el proyecto. A menudo se ha apuntado que este último conflicto fue la ocasión en que Pilato ‘mezcló la sangre de los galileos con sus sacrificios’, como se registra en Lucas 13:1.

Esta expresión parece dar a entender que a estos galileos se les asesinó allí mismo, en el recinto del templo. No hay manera de determinar si este incidente tiene que ver con el que narra Josefo o si ocurrió en otra ocasión. Sin embargo, como los galileos eran súbditos de Herodes Antipas, el gobernante de distrito de Galilea, esta matanza puede haber sido al menos un factor que contribuyó a la enemistad existente entre Pilato y Herodes hasta el tiempo del juicio de Jesús. (Lu 23:6-12.)

El juicio de Jesús. 

Al amanecer del 14 de Nisán de 33 E.C., los líderes judíos llevaron a Jesús ante Pilato. Como no iban a entrar en la residencia del gobernador gentil, Pilato salió y les preguntó de qué acusaban a Jesús. Entre las acusaciones formuladas estaban: subversión, hablar en contra del pago de impuestos y hacerse a sí mismo rey, rivalizando de este modo con César. Cuando Pilato les dijo que tomaran a Jesús y lo juzgaran ellos mismos, los acusadores respondieron que no era legal que ellos ejecutaran a nadie. A continuación Pilato introdujo a Jesús en el palacio y lo interrogó en cuanto a las acusaciones. (GRABADO, vol. 2, pág. 741.)

Volviendo a los acusadores, anunció que no hallaba ninguna falta en el acusado. Las acusaciones continuaron, y cuando se enteró de que Jesús era de Galilea, lo envió a Herodes Antipas. Este, contrariado por la negativa de Jesús a ejecutar alguna señal, lo maltrató y ridiculizó, y luego lo devolvió a Pilato.

Se convocó de nuevo a los líderes judíos y al pueblo, y Pilato reanudó sus esfuerzos para no sentenciar a muerte a un hombre inocente. Con ese fin preguntó a la muchedumbre si deseaba liberar a Jesús siguiendo la costumbre de dejar en libertad a un prisionero en cada fiesta de la Pascua. En vez de eso, la muchedumbre, incitada por sus líderes religiosos, clamó por la liberación de Barrabás, un ladrón, asesino y sedicioso. Los repetidos esfuerzos de Pilato por liberar al acusado solo sirvieron para incrementar los gritos de que se fijase a Jesús en un madero. Temiendo un motín e intentando apaciguar a la muchedumbre, Pilato accedió a sus deseos, después de lo cual se lavó las manos con agua, como si se limpiase de culpa de sangre. Algún tiempo antes, la esposa de Pilato le había notificado de un sueño inquietante relacionado con “ese hombre justo”. (Mt 27:19.)

Pilato hizo azotar a Jesús, y los soldados colocaron una corona de espinas sobre su cabeza y lo vistieron con ropaje real. Pilato apareció de nuevo ante la muchedumbre, volvió a decir que no hallaba ninguna culpa en Jesús y lo hizo salir con sus prendas de vestir y la corona de espinas. Ante el grito de Pilato: “¡Miren! ¡El hombre!”, los líderes y el pueblo volvieron a expresar su demanda de que lo fijasen en un madero, y entonces revelaron por primera vez su acusación de blasfemia. El que dijeran que Jesús se hacía a sí mismo hijo de Dios aumentó el recelo de Pilato, y lo llevó dentro para seguir interrogándolo. Sus últimos esfuerzos por liberarlo hicieron que los opositores judíos le advirtieran que se estaba haciendo acreedor a la acusación de oponerse al César. Cuando oyó esta amenaza, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal. Su grito de: “¡Miren! ¡Su rey!”, solo logró reavivar el clamor por que se fijase a Jesús en un madero, y provocó la declaración: “No tenemos más rey que César”. A continuación Pilato les entregó a Jesús para que lo fijasen en un madero. (Mt 27:1-31; Mr 15:1-15; Lu 23:1-25; Jn 18:28-40; 19:1-16.)

Los escritores judíos, como Filón, representan a Pilato como un hombre inflexible y decidido. (Sobre la embajada ante Cayo, XXXVIII, 301.) Sin embargo, es posible que en buena medida fuesen las acciones de los mismos judíos la causa de las fuertes medidas que el gobernador había tomado contra ellos. De todas formas, los relatos de los evangelios hacen que se llegue a entender el modo de ser de aquel hombre. La manera de encargarse de los asuntos era la típica de un gobernante romano; y su habla, concisa y categórica.

Aunque reflejó una actitud de desprecio escéptico al decir “¿Qué es la verdad?”, manifestó temor, tal vez un temor supersticioso, cuando supo que estaba tratando con alguien que afirmaba ser el hijo de Dios. No tenía aires de superioridad, pero demostró la falta de rectitud común en la clase política. Estaba interesado principalmente en su puesto y en lo que sus superiores dirían si oyesen que había más disturbios en su provincia. Asimismo, temía parecer demasiado indulgente con los acusados de sedición. Si bien Pilato reconoció la inocencia de Jesús y que era envidia lo que impulsaba a sus acusadores, cedió ante la muchedumbre y les entregó una víctima inocente para que la mataran brutalmente antes que arriesgar su carrera política.

Como parte de las “autoridades superiores”, Pilato ejerció su poder por permiso divino. (Ro 13:1.) Él cargó con la responsabilidad de su decisión, una responsabilidad de la que no podía desprenderse lavándose las manos con agua. El sueño de su esposa debió ser de origen divino, como lo fueron otros sucesos ocurridos ese día, como el terremoto, la insólita oscuridad y la rasgadura de la cortina. (Mt 27:19, 45, 51-54; Lu 23:44, 45.) Este sueño debería haber advertido a Pilato de que no se trataba de un juicio corriente ni de un acusado común; sin embargo, como Jesús dijo, el que lo llevó a Pilato ‘tuvo mayor pecado’. (Jn 19:10, 11.)

Por eso, a Judas, quien había traicionado a Jesús, se le llamó “el hijo de destrucción” (Jn 17:12); se dijo que aquellos fariseos que fueron culpables de complicidad en el complot contra la vida de Jesús eran ‘merecedores del Gehena’ (Mt 23:15, 33; compárese con Jn 8:37-44); pero el sumo sacerdote, que encabezaba el Sanedrín, fue especialmente responsable ante Dios por entregar a su Hijo a este gobernante gentil para que lo sentenciara a muerte. (Mt 26:63-66.) Así que la culpa de Pilato no fue como la de ellos, aunque su acción también fue muy reprensible.

La aversión de Pilato a los que promovieron el crimen no solo se reflejó en el “título” que puso en el madero de tormento, en el que se le identificaba como el “rey de los judíos”, sino también en su brusca negativa a cambiarlo, cuando dijo: “Lo que he escrito, he escrito”. (Jn 19:19-22.) Cuando José de Arimatea solicitó el cadáver, Pilato accedió a su solicitud, no sin antes asegurarse de que Jesús estaba muerto, demostrando la minuciosidad de un oficial romano. (Mr 15:43-45.) La preocupación de los principales sacerdotes y los fariseos por la posibilidad de que alguien robara el cuerpo produjo la sucinta respuesta: “Tienen guardia. Vayan y asegúrenlo lo mejor que sepan”. (Mt 27:62-65.)

Su destitución y muerte.

 Josefo informa que la posterior destitución de Pilato fue el resultado de las quejas que los samaritanos presentaron a Vitelio, gobernador de Siria y superior inmediato de Pilato. La queja tenía que ver con la matanza ordenada por Pilato de varios samaritanos a los que engañó un impostor, reuniéndolos en el monte Guerizim con la esperanza de descubrir los tesoros sagrados que supuestamente había escondido allí Moisés. Vitelio mandó a Pilato a Roma para comparecer ante Tiberio, y puso a Marcelo en su lugar. Tiberio murió en el año 37 E.C., mientras Pilato todavía estaba en camino a Roma. (Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. IV, secs. 1 y 2.) La historia no proporciona datos fidedignos en cuanto a los resultados finales de su juicio.

No obstante, Eusebio, historiador de finales del siglo III y principios del IV, afirma que se obligó a Pilato a suicidarse durante el reinado de Cayo (Calígula), el sucesor de Tiberio. (Historia Eclesiástica, II, VII, 1.

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