CUANDO Jesús termina de orar, él y sus 11 apóstoles fieles entonan canciones de alabanza a Jehová. Entonces bajan del cuarto superior, salen a la noche fresca y oscura y se dirigen por el valle de Cedrón de regreso a Betania. Pero por el camino se detienen en un sitio favorito de ellos, el jardín de Getsemaní. Este está en el monte de los Olivos o cerca. Jesús y sus apóstoles se han reunido allí muchas veces entre los olivos.
Alejándose de ocho de los apóstoles —a quienes quizás deja cerca de la entrada del jardín—, Jesús les manda: “Siéntense aquí mientras voy allá a orar”. Entonces lleva consigo a los otros tres —Pedro, Santiago y Juan— y va más allá en el jardín. Jesús empieza a contristarse y perturbarse penosamente. “Mi alma está hondamente contristada, hasta la muerte —dice a ellos—. Quédense aquí y manténganse alerta conmigo.”
Yendo un poco más adelante, Jesús cae al suelo, y con el rostro vuelto hacia el suelo empieza a orar encarecidamente: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa. Sin embargo, no como yo quiero, sino como tú quieres”. ¿Qué quiere decir? ¿Por qué está ‘hondamente contristado, hasta la muerte’? ¿Está retrayéndose de su decisión de morir y proveer el rescate?
¡De ninguna manera! Jesús no está suplicando que se le libre de la muerte. Hasta la idea de evitar una muerte en sacrificio —lo cual sugirió Pedro en cierta ocasión— le repugna. Más bien, está en agonía porque teme que la clase de muerte que le espera dentro de poco —como un despreciable criminal— traerá oprobio al nombre de su Padre. Ahora percibe que en unas cuantas horas será fijado en un madero como una de las personas más bajas que pudiera haber: ¡un blasfemador contra Dios! Esto es lo que le perturba penosamente.
Después de orar largo tiempo, Jesús regresa y halla a los tres apóstoles durmiendo. Dirigiéndose a Pedro, dice: “¿No pudieron siquiera mantenerse alerta una hora conmigo? Manténganse alerta y oren de continuo, para que no entren en tentación”. Pero Jesús reconoce que ellos han estado bajo mucha presión, y que es hora avanzada, y por eso dice: “El espíritu, por supuesto, está pronto, pero la carne es débil”.
Jesús entonces se aleja por segunda vez y pide a Dios que remueva de él “esta copa”, es decir, lo que Jehová le ha asignado que haga, o Su voluntad para él. Cuando regresa, halla de nuevo a los tres durmiendo, cuando deberían haber estado orando para no entrar en tentación. Cuando Jesús les habla, ellos no saben qué contestarle.
Finalmente, por tercera vez, Jesús se aparta como a un tiro de piedra, y arrodillado, con clamores fuertes y lágrimas, ora: “Padre, si deseas, remueve de mí esta copa”. Jesús siente dolores profundos, intensos, debido al oprobio que su muerte como un criminal traerá al nombre de su Padre. ¡Para Jesús es casi insoportable la acusación de que es blasfemador... uno que maldice a Dios!
Pero Jesús sigue orando: “No lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”. Obedientemente, Jesús somete su voluntad a la de Dios. Ahora se le aparece un ángel del cielo y lo fortalece con palabras alentadoras. Quizás el ángel le dice a Jesús que tiene la aprobación de su Padre.
Sin embargo, ¡qué carga pesada lleva Jesús! Su propia vida eterna y la de toda la raza humana está en la balanza. La tensión emocional es enorme. Por eso Jesús sigue orando más encarecidamente, y su sudor llega a ser como gotas de sangre al caer al suelo. “Aunque este es un fenómeno muy raro —señala la revista de la Asociación Médica Estadounidense The Journal of the American Medical Association—, puede haber sudor como sangre [...] en situaciones de muy intensa emoción.”
Después Jesús regresa por tercera vez a donde están sus apóstoles, y de nuevo los halla durmiendo. Están agotados de puro desconsuelo. “¡En una ocasión como esta ustedes duermen y descansan!” exclama él. “¡Basta! ¡Ha llegado la hora! ¡Miren! El Hijo del hombre es traicionado en manos de pecadores. Levántense, vámonos. ¡Miren! El que me traiciona se ha acercado.”
Mientras Jesús todavía habla, Judas Iscariote se acerca con una gran muchedumbre que lleva antorchas, lámparas y armas. (Mateo 26:30, 36-47; 16:21-23; Marcos 14:26, 32-43; Lucas 22:39-47; Juan 18:1-3; Hebreos 5:7.)
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