LA Palabra de Dios nos asegura: “No siempre será olvidado el pobre” (Salmo 9:18). También dice de nuestro Creador: “Estás abriendo tu mano y satisfaciendo el deseo de toda cosa viviente” (Salmo 145:16). Estas promesas no son vanas. El Dios todopoderoso puede hacer lo necesario para acabar con la pobreza. ¿Y qué es lo necesario?
Cierta economista africana afirmó que lo idóneo para los países pobres sería tener “un dictador benévolo”. Su comentario denota que, para acabar con la pobreza, se requiere alguien que tenga poder para actuar y buena voluntad. Podría añadirse que ese alguien tendría que ser un gobernante mundial, pues la pobreza extrema suele ser consecuencia de las desigualdades internacionales. Además, debería ser capaz de hacer algo respecto al egoísmo humano, que es la verdadera causa de la pobreza. ¿Dónde puede encontrarse ese gobernante ideal?
Dios envió a su Hijo con buenas noticias para los pobres. Jesús proclamó su comisión cuando leyó en las Escrituras: “El espíritu de Jehová está sobre mí, porque él me ungió para declarar buenas nuevas a los pobres” (Lucas 4:16-18).
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