Aunque Adán era un hombre perfecto, permitió que su corazón fuera seducido; rechazó la verdad y se apartó de Dios. (Véase Snt 1:14, 15.) Como consecuencia, todos los seres humanos, la descendencia del caído Adán, han sido concebidos en pecado y dados a luz en error. (Sl 51:5.) Después del Diluvio, Dios dijo de la humanidad pecaminosa en general: “La inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud”. (Gé 8:21.)
Dios le dijo a la nación rebelde de Judá: “El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es desesperado”. (Jer 17:9.) Esto constituye una advertencia seria para que todos aquellos que quieren agradar a Dios no solo den atención a lo que otros seres humanos ven, sino a la clase de persona que son en realidad, al hombre interior. Tal vez una persona haya sido cristiana por muchos años, tenga un buen conocimiento de la Biblia y se sienta segura de ser capaz de enfrentarse a cualquier situación que se le plantee. No obstante, aunque sepa perfectamente que una acción es mala y que la ley de Dios la condena explícitamente, los pensamientos y deseos que ha acariciado en secreto pueden seducirle a incurrir en una acción pecaminosa.
Por todo esto, aunque un cristiano conozca la verdad y pueda considerarse maduro, debe recordar lo traicionero que puede ser el corazón y, en consecuencia, evitar por todos los medios colocarse en el camino de la tentación. (Mt 6:13; 1Co 10:8-12.)
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