Hacia el año 537 antes de nuestra era, el rey persa Ciro el Grande emitió un decreto por el que autorizaba a los judíos exiliados en Babilonia a regresar a Jerusalén para reedificar el templo (Esd. 1:1, 2).
En conformidad con el propósito divino, los judíos repatriados colocaron los cimientos del nuevo santuario el año siguiente. Llenos de alegría, alabaron a Jehová por haber bendecido la etapa inicial de esta importantísima edificación (Esd. 3:8, 10, 11). Pero no tardaron en experimentar la oposición de sus enemigos y fueron cediendo al desánimo (Esd. 4:4). Para colmo, unos quince años después del regreso, se les prohibió oficialmente realizar obras de construcción en Jerusalén. De hecho, se presentaron en la ciudad autoridades regionales del Imperio persa que les “hicieron cesar [sus labores] por la fuerza de armas” (Esd. 4:21-24).
Ante estos graves impedimentos, los judíos se engañaron a sí mismos. Siguiendo una lógica equivocada, dijeron: “No ha llegado [...] el tiempo de [que] la casa de Jehová [...] sea construida” (Ageo 1:2). Dedujeron que Dios no quería que edificaran el templo inmediatamente. Así que, en vez de buscar la forma de cumplir las instrucciones divinas, dejaron a un lado su labor sagrada y se concentraron en embellecer sus propias viviendas. Por eso, el profeta Ageo trató de despertarlos con esta incisiva pregunta: “¿Es tiempo para que ustedes mismos moren en sus casas revestidas de paneles, mientras que esta casa [de adoración] está desechada?” (Ageo 1:4).
¿Qué nos enseña este ejemplo? Lo fácil que es restarles importancia a las actividades espirituales y enredarse en asuntos personales cuando no se comprenden bien los tiempos que tiene Jehová para realizar su propósito. Pensemos en esta comparación. Si uno está esperando que lleguen a su casa huéspedes, seguramente se pondrá a realizar muchas tareas para tenerles todo listo. Pero ¿y si luego se entera de que van a retrasarse? ¿Dejará de hacer los preparativos?
En el caso de los judíos, debían comprender que Jehová aún deseaba que edificaran el templo sin demora. Y hubo quienes se lo recordaron: Zacarías y Ageo. Este último los exhortó: “Sean fuertes, todos ustedes, gente de la tierra [...], y trabajen” (Ageo 2:4). En efecto, tenían que poner manos a la obra, seguros de que contaban con el apoyo del espíritu santo (Zac. 4:6, 7). ¿Verdad que este ejemplo histórico nos enseña a no sacar conclusiones erradas acerca del día de Jehová? (1 Cor. 10:11.)
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