“El Reino de Dios llega a través del corazón que escucha”, apunta el papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret. Y esa opinión la comparten muchos. Se basa en la idea de que el Reino de Dios es la transformación que experimentan en su interior quienes creen en Cristo y ponen fe en él. Pero ¿es el Reino de Dios sencillamente algo que llevamos en el corazón?
PARA Jesús, el Reino era un tema de suma importancia. De hecho, el Papa destaca en su libro que constituyó “el eje de la predicación de Jesús”. La mayor parte de su breve ministerio en la Tierra consistió en ir de ciudad en ciudad “predicando las buenas nuevas del reino” (Mateo 4:23). Sin embargo, sus enseñanzas y sus milagros demostraron que el Reino implicaba mucho más que aceptar a Dios en el corazón y obedecerle. En realidad, el Reino de Dios es un gobierno que juzgará al mundo con justicia y traerá bendiciones eternas.
Un gobierno que juzgará a la humanidad
Cabe señalar que los judíos del tiempo de Jesús tampoco esperaban que el Reino fuera tan solo una transformación personal. Por ejemplo, poco antes de la Pascua del año 33, cuando Jesús hizo su entrada en Jerusalén montado en un asno, mucha gente salió a recibirlo, y algunos gritaron: “¡Salva, rogamos, al Hijo de David!” (Mateo 21:9). ¿Qué significaban esas palabras? Que reconocían a Jesús como el Mesías prometido, aquel que heredaría “el trono de David su padre”. La gente anhelaba la llegada de un reino eterno que les traería salvación, paz y justicia (Lucas 1:32; Zacarías 9:9).
Bendiciones eternas
De aquí se desprende que el hombre creía que Cristo recibiría un reino tiempo después de ser resucitado. Jesús tendría el deseo de resucitar al malhechor y ayudarlo a reformarse, y contaría con la autoridad necesaria para hacerlo. Y también les devolverá la vida a millones de personas más. Sí, desde su posición como Rey en los cielos, Jesús traerá bendiciones eternas a toda la humanidad (Juan 5:28, 29).
¿“Dentro de ustedes”, o “en medio de ustedes”?
El contexto de este pasaje nos ayuda a aclararlo. Como muestra el versículo 20, Jesús les dirigió esas palabras a los fariseos, una secta judía que no simpatizaba con Jesús. Ellos tenían su propia opinión sobre la llegada del Mesías y su Reino. Pensaban que el predicho Salvador vendría “con las nubes de los cielos”, o sea, con toda su gloria, para liberar a los judíos de los romanos y restaurar el reino de Israel (Daniel 7:13, 14). Pero Jesús les mostró que sus expectativas no tenían ningún fundamento. “El reino de Dios no viene de modo que sea llamativamente observable”, señaló. Y concluyó diciendo: “El reino de Dios está en medio de ustedes” (Lucas 17:20, 21).
Pese a que las enseñanzas y los milagros de Jesús ya habían demostrado a todas luces que él era el prometido Rey del Reino, los fariseos —que tenían un corazón duro y retorcido— jamás creyeron en él. Al contrario, le opusieron mayor resistencia y no quisieron dar crédito a las pruebas. Así que Jesús les dijo sin rodeos que el Reino —representado por su futuro Rey— estaba allí, en medio de ellos. Estando él y sus discípulos de pie junto a los fariseos, pudo decirles: “El Reino de Dios está ya a vuestro lado mismo” (Lucas 17:21, El Nuevo Testamento original). Está claro, por tanto, que no les estaba pidiendo que buscaran el Reino en sus corazones. *
¿Tenemos la esperanza del Reino en el corazón?
¿Qué hay que hacer para tener una fe así? En su célebre Sermón del Monte, Jesús afirmó: “Felices son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual, puesto que a ellos pertenece el reino de los cielos” (Mateo 5:3). Si desea satisfacer esa necesidad y cultivar una buena relación con Dios, ¿por qué no acepta el curso bíblico que ofrecen los testigos de Jehová, quienes editan y distribuyen esta revista? Entonces tendrá la esperanza, no solo de transformar su ser interior, sino de vivir bajo un gobierno justo, un Reino que traerá paz y seguridad a toda la humanidad.
[Nota]*
Es obvio que aquellos fariseos no habían experimentado ninguna transformación personal ni tenían un corazón dispuesto a escuchar.
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