Los contemporáneos de Ageo dejaron que los problemas los desalentaran. ¿Pudiera pasarnos lo mismo a nosotros? En tal caso, sería fácil que perdiéramos el celo por la predicación. Ahora bien, ¿a qué pudiera deberse el desánimo? Tal vez, a las injusticias que sufrimos en este mundo. Hallamos un ejemplo de esta situación en Habacuc, quien preguntó: “¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves?” (Hab. 1:2, Nueva Versión Internacional).
Hoy, algunos pierden el sentido de la urgencia y se centran en llevar una vida más cómoda, pues han llegado a pensar que Dios se está retrasando. ¿Hemos adoptado nosotros ese razonamiento erróneo? De ser así, hemos caído víctimas del autoengaño. Hoy, más que nunca, es esencial que los cristianos “pongan su corazón en sus caminos” y agucen “sus facultades de raciocinio claro”. Es cierto que este mundo malo ha durado más de lo que muchos pensaban. Pero este hecho no debería sorprendernos. ¿Por qué?
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