El mayor acto de humildad y amor de Dios fue enviar a la Tierra a su amado Hijo primogénito para que naciera y se criara como hombre con el fin de salvar a la humanidad (Juan 3:16). Jesús enseñó la verdad acerca de su Padre celestial y luego entregó su vida perfecta para quitar “el pecado del mundo” (Juan 1:29; 18:37). Reflejando a la perfección las cualidades de su Padre, especialmente la humildad, estuvo dispuesto a hacer lo que Dios le mandó. Su ejemplo de humildad y amor fue el más grande que criatura alguna haya dado. Sin embargo, no todos valoraron su humildad; de hecho, sus enemigos lo consideraron el “de más humilde condición de la humanidad” (Daniel 4:17). El apóstol Pablo, en cambio, la valoró tanto que instó a sus hermanos en la fe a imitar a Jesús y ser humildes en su trato mutuo (1 Corintios 11:1; Filipenses 2:3, 4).
Pablo puso de relieve el sobresaliente ejemplo de Cristo al escribir lo siguiente: “Mantengan en ustedes esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús, quien, aunque existía en la forma de Dios, no dio consideración a una usurpación, a saber, que debiera ser igual a Dios. No; antes bien, se despojó a sí mismo y tomó la forma de un esclavo y llegó a estar en la semejanza de los hombres. Más que eso, al hallarse a manera de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento” (Filipenses 2:5-8).
Quizás alguien se pregunte cómo aprendió Jesús a ser humilde. Dicha cualidad fue uno de los grandes beneficios que le reportó la estrecha relación que tuvo con su Padre celestial desde tiempos inmemoriales, cuando fue el “obrero maestro” en la creación de todas las cosas (Proverbios 8:30). Tras la rebelión en Edén, el Primogénito de Dios pudo observar la humildad con que su Padre trató a la humanidad pecadora; y cuando estuvo en la Tierra, reflejó dicha cualidad, como se desprende de esta invitación: “Tomen sobre sí mi yugo y aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas” (Mateo 11:29; Juan 14:9).
Como Jesús era humilde de verdad, los niños no le temían; al contrario, se sentían atraídos por él, y él, por su parte, los trataba con cariño y les prestaba atención (Marcos 10:13-16). ¿Qué veía Jesús en los niños que le gustaba tanto? Veía que tenían cualidades muy deseables, cualidades que algunos de sus discípulos adultos no siempre manifestaban. Es bien sabido que los niños consideran a los adultos superiores, como lo prueba el hecho de que les hagan tantas preguntas. No cabe duda de que, comparados con muchos adultos, los niños son más enseñables y menos propensos al orgullo. En cierta ocasión, Jesús señaló a un niño y dijo a sus seguidores: “A menos que ustedes se vuelvan y lleguen a ser como niñitos, de ninguna manera entrarán en el reino de los cielos”; y agregó: “Cualquiera que se humille como este niñito, es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3, 4). También expuso la norma: “Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lucas 14:11; 18:14; Mateo 23:12).
Le visito desde El Salvador Centroamerica, desde mi blog
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MI TESTIMONIO PARA LA GLORIA DEL PADRE CELESTIAL.
BENDICIONES.