Según Juan 17:3, Jesús dijo: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. Muchas traducciones difieren un poco de la Traducción del Nuevo Mundo en este pasaje, ya que en vez de usar la expresión “estén adquiriendo conocimiento” de Dios, emplean otras como “conocerte” o “que te conozcan”. Sin embargo, varios eruditos observan que el sentido de la palabra griega original implica algo más: revela un proceso continuo que puede incluso llevar a una amistad íntima.
El concepto de llegar a conocer a Dios íntimamente no era nuevo en los días de Jesús. En las Escrituras Hebreas, por ejemplo, leemos que cuando Samuel era niño, “todavía no había llegado a conocer a Jehová” (1 Samuel 3:7). ¿Significa esto que Samuel sabía muy poco de Dios? No. Sin duda había aprendido mucho de él, gracias a sus padres y los sacerdotes. Sin embargo, la palabra hebrea utilizada en este versículo, según cierto especialista, “se emplea para referirse a la relación más íntima”. Samuel aún no había llegado a conocer a Jehová al grado que lo haría más adelante sirviéndole de portavoz. A medida que crecía, iba conociendo realmente a Jehová, cultivando así una estrecha relación con él (1 Samuel 3:19, 20).
¿Estamos adquiriendo conocimiento de Jehová a fin de tener una íntima relación con él? Para ello, se necesita “desarroll[ar] el anhelo” por el alimento espiritual que Dios da (1 Pedro 2:2) y no quedarse satisfecho con las enseñanzas bíblicas básicas, sino indagar en las más profundas (Hebreos 5:12-14). ¿Nos intimidan tales enseñanzas porque creemos que son muy difíciles de entender? Si así es, recordemos que Jehová es el “Magnífico Instructor” (Isaías 30:20). Él sabe transmitir las verdades profundas a la mente humana y bendice los esfuerzos sinceros que hacemos por comprender lo que nos está enseñando (Salmo 25:4).
¿Por qué no reflexionar sobre lo que opinamos de algunas de “las cosas profundas de Dios”? (1 Corintios 2:10.) No son temas aburridos como los que quizás debatan los teólogos y eclesiásticos; son doctrinas provechosas que nos permiten percibir fascinantes aspectos de la mente y el corazón de nuestro amado Padre. Tomemos, por ejemplo, el rescate, el “secreto sagrado” y los diversos pactos que Jehová ha utilizado para bendecir a su pueblo y cumplir sus propósitos, temas que, al igual que muchos otros, nos reportan deleite y satisfacción cuando los investigamos en nuestro estudio personal (1 Corintios 2:7).
Conforme aumenta nuestro conocimiento de las verdades espirituales más profundas, hemos de cuidarnos de un peligro que puede acompañarlo: el orgullo (1 Corintios 8:1). El orgullo es peligroso, porque aleja a los hombres de Dios (Proverbios 16:5; Santiago 4:6). Recordemos que nadie tiene motivos para jactarse de su conocimiento. Para ilustrarlo, pensemos en estas palabras del prólogo de un libro que reseña los últimos adelantos científicos: “Cuanto más descubrimos, más nos damos cuenta de lo poco que sabemos. [...] Todo cuanto hemos aprendido es insignificante si lo comparamos con lo que todavía desconocemos”. Reconforta percibir humildad en este comentario. Pues bien, tocante al mayor campo del saber —el conocimiento de Jehová Dios—, tenemos aún más motivo para seguir siendo humildes. ¿Por qué?
Fijémonos en algunas frases bíblicas que hablan de Jehová. “Muy profundos son tus pensamientos.” (Salmo 92:5.) “Su entendimiento es superior a lo que se puede relatar.” (Salmo 147:5.) “No se puede escudriñar su entendimiento.” (Isaías 40:28.) “¡Oh la profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios!” (Romanos 11:33.) Obviamente, nunca lo sabremos todo de Jehová (Eclesiastés 3:11). Él nos ha enseñado muchas cosas maravillosas, pero siempre tendremos ante nosotros un infinito caudal de conocimiento del cual aprender. ¿Verdad que es una perspectiva emocionante y que, a su vez, nos infunde humildad? Según vayamos aprendiendo, pues, usemos siempre el conocimiento para acercarnos a Jehová y para ayudar al prójimo a hacer lo mismo, nunca para ensalzarnos sobre los demás (Mateo 23:12; Lucas 9:48).
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