El sabio rey Salomón escribió: “Son muchos los amigos del rico” (Pro. 14:20). Así es, una tendencia muy común entre los seres humanos imperfectos es la de buscar amigos por conveniencia, pensando más en lo que pueden recibir que en lo que pueden dar. Pero Jesús no era así. Él no se dejaba impresionar por el nivel social o económico de las personas. Es cierto que sintió afecto por un joven gobernante que era rico y lo invitó a hacerse su discípulo. Pero también le dijo que vendiera sus posesiones y que ayudara a los pobres (Mar. 10:17-22; Luc. 18:18, 23). Jesús no era conocido por sus contactos con la gente rica e importante, sino por ser amigo de la gente humilde y marginada (Mat. 11:19).
Los amigos de Jesús distaban de ser perfectos. En una ocasión, por ejemplo, Pedro adoptó una postura poco espiritual sobre cierto asunto (Mat. 16:21-23). Por su parte, Santiago y Juan actuaron de manera ambiciosa al pedirle a Jesús privilegios especiales en el Reino, lo cual indignó al resto de los apóstoles. De hecho, entre todos ellos había constantes discusiones sobre quién era el más importante. Pero Jesús no perdía la paciencia, sino que los corregía con bondad una y otra vez (Mat. 20:20-28).
¿Por qué seguía siendo Jesús amigo de sus apóstoles? No porque cerrara los ojos a sus defectos ni porque fuera demasiado indulgente, sino porque prefería concentrarse en sus cualidades y ver sus buenas intenciones. Por ejemplo, la noche más difícil de Jesús en la Tierra, Pedro, Santiago y Juan debieron haberlo apoyado, pero en vez de eso, se quedaron dormidos. Como es natural, Jesús se sintió decepcionado, pero también entendió que no lo habían hecho intencionalmente. Por eso les dijo: “El espíritu, por supuesto, está pronto, pero la carne es débil” (Mat. 26:41).
En cambio, Jesús sí puso fin a su amistad con Judas Iscariote. ¿Por qué? Porque aunque Judas daba la impresión de ser un buen amigo, Jesús se dio cuenta de que había dejado que se le corrompiera el corazón. Al hacerse amigo del mundo, Judas se convirtió en enemigo de Dios (Sant. 4:4). Por eso, antes de llamar amigos a sus once apóstoles fieles, Jesús le dijo que se fuera (Juan 13:21-35).
Jesús pasó por alto los defectos de sus fieles amigos y siempre actuó pensando en su bienestar. Por ejemplo, le pidió a su Padre que los protegiera cuando llegaran las pruebas (léase Juan 17:11). También tomó en cuenta sus necesidades físicas (Mar. 6:30-32). Y no solo les hablaba de lo que él pensaba, sino que también los escuchaba, pues quería saber lo que ellos pensaban y sentían (Mat. 16:13-16; 17:24-26).
Jesús vivió y murió por sus amigos. Él sabía que la norma de justicia establecida por su Padre exigía que él entregara su vida (Mat. 26:27, 28; Heb. 9:22, 28). Pero lo que lo impulsó a sacrificarse fue el amor. “Nadie tiene mayor amor que este —dijo—: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos.” (Juan 15:13.)
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