Aunque ya no son perfectos, los seres humanos aún pueden imitar las cualidades de Dios. Así, Pablo exhortó a los cristianos de su día: “Háganse imitadores de Dios, como hijos amados”. (Efesios 5:1.) A lo largo de la historia, la mayoría de las personas han demostrado una total despreocupación por las cualidades de Dios. Para el tiempo de Noé, los hombres habían alcanzado tal grado de corrupción, que Jehová determinó destruir a toda la humanidad excepto a Noé y su familia. Noé era un “hombre justo. Resultó exento de falta entre sus contemporáneos”, y demostró su amor a Dios llevando a cabo Sus mandamientos. “Noé procedió a hacer conforme a todo lo que le había mandado Dios. Hizo precisamente así.” (Génesis 6:9, 22.) Demostró su amor al prójimo siendo “un predicador de justicia”. (2 Pedro 2:5.) Mostró sabiduría y utilizó propiamente su poder físico construyendo la enorme arca que Dios le mandó, almacenando alimento en ella, recogiendo los animales y entrando en ella cuando Jehová se lo mandó. También mostró su amor a la justicia al no dejar que sus vecinos inicuos lo corrompieran.
La Biblia habla de muchas otras personas que de igual manera manifestaron las cualidades de Dios. El más importante fue Jesucristo, que reflejó perfectamente la imagen de Dios, por lo que pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”. (Juan 14:9.) Entre las cualidades de Jesús destacó el amor. El amor a su Padre y a la humanidad lo motivó a abandonar su hogar celestial y vivir como hombre en la Tierra. Lo impulsó a glorificar a su Padre mediante su conducta justa y a predicar a la humanidad las buenas nuevas de salvación. (Mateo 4:23; Juan 13:31.) Luego, el amor lo motivó a ofrecer su vida perfecta para la salvación de la humanidad y, más importante, para la santificación del nombre de Dios. (Juan 13:1.) ¿Tenemos un mejor ejemplo que el de Jesucristo para imitar a Dios? (1 Pedro 2:21.)
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