En los tiempos en que se escribieron las palabras de Hebreos 11:1, el término griego traducido “expectativa segura” era de uso muy común. Solía utilizarse en los documentos comerciales para referirse a una garantía que aseguraba la futura posesión de algo. Así, una obra especializada señala que la primera parte del versículo también puede traducirse de esta manera: “Fe es el título de propiedad de las cosas que se esperan”.
Podemos ilustrarlo con el siguiente ejemplo. Supongamos que hemos comprado un artículo en una tienda de confianza y estamos esperando a que lo traigan a casa. La factura de la compra es como un título de propiedad que nos garantiza que nos entregarán el artículo. Como resultado, tenemos “fe” en que vamos a recibirlo. Ahora bien, si perdiéramos el recibo, no tendríamos forma de demostrar que el objeto nos pertenece y no podríamos reclamarlo. Pues bien, la fe es como ese recibo, o “título de propiedad”. Si tenemos fe en Dios, tenemos la garantía de que recibiremos todo lo que nos ha prometido. Pero si perdemos la fe, perdemos el derecho a recibir cosa alguna de Dios (Santiago 1:5-8).
En su definición de la fe, Hebreos 11:1 también utiliza la expresión “demostración evidente”. El término original transmite la idea de proporcionar pruebas para demostrar algo contrario a lo que parecen indicar los hechos. Pongamos un ejemplo: el Sol sale por el este, atraviesa el cielo y se pone por el oeste, por lo que a simple vista parece que gira alrededor de la Tierra. Sin embargo, la astronomía y las matemáticas han demostrado que esto no es así y que la Tierra no es el centro del sistema solar. Cuando analizamos esas pruebas y las aceptamos, desarrollamos fe en que es la Tierra la que gira alrededor del Sol, aunque los hechos parezcan indicar lo contrario. ¿Es esa fe una creencia ciega? No, ni mucho menos. Tenemos fe porque las pruebas nos han abierto los ojos a la realidad y han impedido que nos dejemos llevar por las apariencias.
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