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Monday, February 20, 2012

Los graves efectos del pecado


 

Imagínese una casa que lleva años en condiciones lamentables: el techo se ha derrumbado, las puertas se han salido de los goznes y unos vándalos han echado a perder la fachada. La vivienda no es ni sombra de lo que fue en sus buenos tiempos. Está en tan mal estado que quien desee repararla tendrá que invertir mucho tiempo y esfuerzo; no podrá hacerlo de la noche a la mañana.
 

Piense ahora en los terribles daños que sufrió la humanidad hace seis mil años, cuando un espíritu malvado llamado Satanás convenció a Adán y Eva para que desobedecieran a Dios. Hasta ese momento, nuestros primeros padres disfrutaban de salud perfecta y de la posibilidad de vivir para siempre junto con todos sus descendientes (Génesis 1:28). Cuando pecaron, echaron a perder ese espléndido futuro.
 

Como indica la Biblia, las consecuencias de aquel pecado fueron nefastas para todos los seres humanos: “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado” (Romanos 5:12). Además, se vieron perjudicadas tanto nuestra relación con el Creador como nuestra constitución física, mental y emocional. Así pues, la humanidad quedó igual que una casa abandonada: en condiciones lamentables. Sin duda, el justo Job tenía razones de sobra para afirmar que “la vida de un ser humano es muy corta y llena de amarguras” (Job 14:1, La Palabra de Dios para Todos).
 

Ahora bien, ¿qué hizo nuestro Padre celestial después de que Adán y Eva pecaran? ¿Se olvidó para siempre de la humanidad? No, ni mucho menos. De hecho, desde aquel momento ha estado trabajando para arreglar nuestra situación. Para comprender esto mejor, podemos comparar lo que Dios ha hecho al proceso de restauración de una casa abandonada. Analicemos tres pasos que es necesario dar y lo que estos simbolizan.
 

1 El propietario determina si vale la pena restaurarla o si hay que demolerla.
 

Inmediatamente después de que se cometiera el pecado original, Jehová reveló que se proponía “restaurar” a la humanidad. Él le dijo a Satanás: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón” (Génesis 3:15).
 

De este modo, Jehová prometió eliminar a Satanás, quien provocó la rebelión en Edén (Romanos 16:20; Revelación [Apocalipsis] 12:9). Además, predijo la llegada de una “descendencia” que liberaría a los seres humanos del pecado (1 Juan 3:8). Ambas promesas dejaron claro un hecho: que Dios no iba a “demoler” a la humanidad. Eso sí, su rehabilitación tomaría cierto tiempo.
 

2 Se dibujan los planos para restaurarla.
 

Jehová proporcionó a los israelitas un código de leyes y diseñó un templo para que lo adoraran. La Biblia explica que ambas cosas eran “una sombra de las cosas por venir” (Colosenses 2:17). Las leyes y el templo eran, como el plano de una vivienda, una representación de algo futuro.
 

Una de esas leyes, por ejemplo, establecía que los israelitas sacrificaran animales para expiar sus pecados (Levítico 17:11). ¿Qué representaban estos sacrificios? Algo mucho más importante: un sacrificio que se ofrecería siglos después para rescatar definitivamente a la humanidad del pecado. Por otro lado, el diseño del tabernáculo y del templo simbolizó lo que haría el Mesías —la predicha “descendencia”— desde que entregó su vida hasta que subió al cielo (véase la lámina de la página 7).
 

3 Se escoge a un constructor para que efectúe la obra de acuerdo con los planos.
 

Siguiendo el modelo marcado por los sacrificios de los israelitas, Jesús sacrificó su propia vida para salvar a la humanidad. Él era el Mesías prometido, o como lo llamó Juan el Bautista, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Y aceptó su comisión de buena gana, pues él mismo dijo: “He bajado del cielo para hacer, no la voluntad mía, sino la voluntad del que me ha enviado” (Juan 6:38).
 

La voluntad de Dios no era solo que Jesús diera “su alma en rescate en cambio por muchos”; también debía hacer un pacto con sus discípulos para que gobernaran con él en su Reino (Mateo 20:28; Lucas 22:29, 30). Dicho gobierno ya se estableció en los cielos y pronto regirá sobre la Tierra. Es más, Dios se valdrá de él para cumplir lo que se propuso para la humanidad. ¿No le parece que esas son “buenas nuevas”, un mensaje que vale la pena proclamar? (Mateo 24:14; Daniel 2:44.)




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