¿Qué hace que nuestras palabras sean ‘un torrente de sabiduría que sale burbujeando’, en vez de un arroyo confuso de trivialidades? (Proverbios 18:4.) Salomón contesta: “Los sabios son los que atesoran el conocimiento, pero la boca del tonto está cerca de la ruina misma” (Proverbios 10:14).
Lo primero que se precisa es que la mente esté llena del edificante conocimiento de Jehová. Hay una única fuente de tal conocimiento. El apóstol Pablo escribió lo siguiente: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16, 17). Debemos estimar el conocimiento y profundizar en la Palabra de Dios como si buscáramos un tesoro. Esa búsqueda es sumamente emocionante y gratificante.
Asimismo, para que se halle la sabiduría en nuestros labios, el conocimiento de las Escrituras debe llegarnos al corazón. Jesús dijo a quienes lo escuchaban: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón produce lo bueno; pero el hombre inicuo produce lo que es inicuo de su tesoro inicuo; porque de la abundancia del corazón habla su boca” (Lucas 6:45). Por lo tanto, debemos tener la costumbre de meditar sobre lo que aprendemos. Es cierto que el estudio y la meditación conllevan esfuerzo, pero estudiar de ese modo es muy enriquecedor. No hay razón para que nadie siga el proceder de quienes parlotean sin reflexionar.
En efecto, el sabio hace lo justo a los ojos de Dios y es una buena influencia para los demás. Disfruta de abundante alimento espiritual, y tiene mucho que hacer en la gratificante obra del Señor (1 Corintios 15:58). Como es un hombre de integridad, anda en seguridad y goza de la aprobación divina. Muchas son, en verdad, las bendiciones del justo. Busquemos la justicia sujetándonos a las normas de Dios sobre lo que es bueno y lo que es malo.
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