El escritor bíblico Santiago señala que la lengua es una “cosa ingobernable y perjudicial” que “está llena de veneno mortífero” (Santiago 3:8). Santiago estaba al tanto de esta verdad esencial: una lengua ingobernable es destructiva. De seguro conocía bien el proverbio inspirado que compara las palabras dichas sin pensar a “las estocadas de una espada”. Sin embargo, el mismo proverbio declara que “la lengua de los sabios es una curación” (Proverbios 12:18). Así es, las palabras tienen mucho poder. Pueden herir y pueden sanar. ¿Qué efecto tienen sus palabras en su cónyuge? Si usted le hiciera esta pregunta a su pareja, ¿qué respuesta daría él o ella?
¿Se ha infiltrado el habla hiriente en su matrimonio? En tal caso, usted puede hacer mucho para mejorar la situación. Pero eso va a requerir esfuerzo. ¿Por qué? Para empezar, porque tenemos que luchar contra nuestra carne imperfecta. El pecado heredado ejerce una influencia negativa en lo que pensamos de los demás y en cómo les hablamos. “Si alguno no tropieza en palabra —escribió Santiago—, este es varón perfecto, capaz de refrenar también su cuerpo entero.” (Santiago 3:2.)
Además de la imperfección humana, el ambiente familiar es otro factor implicado en el mal uso de la lengua. Algunas personas se han criado en hogares con padres “no dispuestos a ningún acuerdo, [...] sin autodominio, feroces” (2 Timoteo 3:1-3). A menudo, los niños que crecen en este ambiente manifiestan esas mismas características cuando se hacen adultos. Claro está, ni la imperfección ni la crianza justifican que alguien recurra a palabras hirientes. Sin embargo, tener en cuenta estos factores nos ayuda a entender por qué a algunas personas les resulta tan difícil controlar la lengua.
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