CIERTO hombre preguntó a Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. ¿Qué respondió él? ¿Acaso le dijo: ‘Para ser salvo basta con que me aceptes como tu Señor y Salvador’? De ningún modo; más bien, contestó: “Esfuércense vigorosamente por entrar por la puerta angosta, porque muchos, les digo, tratarán de entrar, pero no podrán”. (Lucas 13:23, 24.)
¿Dejó Jesús sin responder la pregunta de su interlocutor? En realidad no. Es cierto que el punto en cuestión era si se salvarían pocos y no cuánta dificultad implicaba conseguir la salvación. Sin embargo, Jesús se limitó a contestar que los que lucharían por recibir aquella maravillosa bendición no serían tantos como cabría esperar.
‘Pero eso no es lo que me enseñaron’, quizás diga algún lector en son de queja. Tal vez cite Juan 3:16, que dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. (Reina-Valera, 1960.) A esto replicamos: ‘Pero, ¿qué es lo que hemos de creer? ¿Qué Jesús existió? Sin lugar a dudas. ¿Qué es el Hijo de Dios? Por supuesto. Y ya que la Biblia lo llama “Maestro” y “Señor”, ¿no deberíamos también creer en lo que enseñó, obedecerle y seguir sus pasos?’. (Juan 13:13; Mateo 16:16.)
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