Pablo llama la atención seguidamente en su carta a los Hebreos a un aspecto fundamental de la adoración verdadera: “Tengamos firmemente asida la declaración pública de nuestra esperanza sin titubear, porque fiel es el que ha prometido” (Hebreos 10:23). La expresión “declaración pública” significa literalmente “confesión”, y Pablo también habla de un “sacrificio de alabanza” (Hebreos 13:15). Este nos recuerda el tipo de sacrificio que ofrecieron hombres como Abel, Noé y Abrahán.
Cuando un israelita ofrecía un sacrificio quemado, lo hacía “de su propia voluntad delante de Jehová” (Levítico 1:3). De este modo declaraba o reconocía pública y voluntariamente las abundantes bendiciones de Jehová y Su bondad amorosa para con su pueblo. Recordemos que un rasgo distintivo de la ofrenda quemada era que toda ella se consumía sobre el altar, lo cual era un símbolo apropiado de devoción y dedicación completas. De manera correspondiente, demostramos nuestra fe en el sacrificio redentor y nuestro agradecimiento cuando ofrecemos a Jehová, voluntariamente y con entusiasmo, nuestro “sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de labios”.
Aunque los cristianos no ofrecen sacrificios literales —animales o vegetales— tienen la responsabilidad de dar testimonio de las buenas nuevas del Reino y hacer discípulos de Jesucristo (Mateo 24:14; 28:19, 20). ¿Nos aprovechamos de las oportunidades de participar en la declaración pública de las buenas nuevas del Reino de Dios, de modo que muchas más personas puedan conocer las cosas maravillosas que Dios tiene preparadas para la humanidad obediente? ¿Dedicamos voluntariamente nuestro tiempo y energías a enseñar a quienes se interesan en el mensaje y a ayudarlos a hacerse discípulos de Jesucristo? Nuestra participación celosa en el ministerio es muy agradable a Dios, como el olor conducente a descanso de una ofrenda quemada (1 Corintios 15:58).
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