Para recalcar la importancia de mantenerse en la carrera, Pablo exhortó: “¿No saben ustedes que los corredores en una carrera todos corren, pero solo uno recibe el premio? Corran de tal modo que lo alcancen”. (1 Corintios 9:24.)
En los juegos antiguos solo una persona podía recibir el premio. Sin embargo, en la carrera de la vida todos pueden alcanzarlo. Solo tienen que mantenerse en la carrera hasta el final. Felizmente, muchos han corrido con fidelidad la carrera hasta el final de su vida, como lo hizo el apóstol Pablo. Y otros millones de personas siguen en ella. No obstante, algunos no han continuado adelante o no han progresado hacia la meta. Han permitido que otras cosas los estorben, de modo que o bien se han salido de la carrera o se han descalificado de algún modo. (Gálatas 5:7.) Este hecho debe motivarnos a todos a examinar cómo estamos corriendo la carrera de la vida.
Cabe hacer la pregunta: ¿En qué pensaba Pablo cuando dijo que “solo uno recibe el premio”? Como se indicó antes, no quiso decir que de todos los que han empezado la carrera de la vida, solo uno recibirá la recompensa de la vida eterna. Obviamente ese no podría ser el caso, porque en más de una ocasión dejó claro que la voluntad de Dios es que se salven personas de toda clase. (Romanos 5:18; 1 Timoteo 2:3, 4; 4:10; Tito 2:11.) No, no dijo que la carrera de la vida fuera una competición en la que cada participante intentara derrotar a todos los demás. Los corintios conocían muy bien la clase de espíritu competitivo que tenían los participantes de sus juegos ístmicos, que en aquel tiempo gozaban de más prestigio que los juegos olímpicos. ¿En qué pensaba, pues, Pablo?
Pablo utilizó la ilustración del corredor principalmente con relación a sus propias perspectivas de salvación, pues en los versículos precedentes explica que había trabajado arduamente y se había esforzado de muchas maneras. (1 Corintios 9:19-22.) Luego, en el versículo 23, dijo: “Pero hago todas las cosas por causa de las buenas nuevas, para hacerme partícipe de ellas con otros”. Se dio cuenta de que su salvación no estaba garantizada únicamente porque se le había escogido para ser apóstol o porque había pasado muchos años predicando. Para participar en las bendiciones de las buenas nuevas, tenía que seguir haciendo por ellas todo lo que estuviera a su alcance. Debía correr con la determinación de ganar, esforzándose tanto como si estuviera corriendo en una carrera pedestre de los juegos ístmicos, donde “solo uno recibe el premio”. (1 Corintios 9:24a.)
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