Los cristianos del siglo primero vivían en un mundo dominado por los valores e ideales grecorromanos. Por un lado estaban las comodidades y los lujos de la vida romana, para muchos algo envidiable. Por el otro, a la intelectualidad de entonces no solo le fascinaban las ideas filosóficas de Platón y Aristóteles, sino también las de las escuelas más recientes, como la epicúrea y la estoica. Cuando Pablo fue a Atenas con ocasión de su segundo viaje misional, se encararon con él filósofos epicúreos y estoicos que se creían superiores al apóstol, a quien consideraban un “charlatán” (Hechos 17:18).
Por tanto, no es difícil comprender por qué a algunos de los primeros cristianos les atrajeron la vida y las costumbres pretenciosas de la gente que los rodeaba (2 Timoteo 4:10). Daba la impresión de que quienes formaban parte de aquella sociedad disfrutaban de muchos beneficios y ventajas, y de que sus decisiones eran sensatas. En apariencia, el mundo poseía algo valioso que ofrecer que no se hallaba en la vida de dedicación del cristiano. No obstante, el apóstol Pablo dio este consejo: “Cuidado: quizás haya alguien que se los lleve como presa suya mediante la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres, según las cosas elementales del mundo y no según Cristo” (Colosenses 2:8). ¿Por qué se expresó así?
Pablo escribió esta amonestación porque se daba cuenta de que tras el modo de pensar de aquellos a quienes atraía el mundo, subyacía un auténtico peligro. Es de especial interés la expresión ‘filosofía y vano engaño’. El significado literal de la voz filosofía es “amor y seguimiento de la sabiduría”, lo cual puede ser en sí mismo beneficioso. De hecho, la Biblia, en particular el libro de Proverbios, anima a buscar la sabiduría y el conocimiento correctos (Proverbios 1:1-7; 3:13-18). No obstante, Pablo enlaza “la filosofía” con “el vano engaño”. En otras palabras: para el apóstol, la sabiduría del mundo era vacía y engañosa. Era como un globo inflado: aparentaba solidez, pero carecía de sustancia. Basar las decisiones sobre lo correcto y lo incorrecto en algo tan insustancial como “la filosofía y el vano engaño” del mundo sería, desde luego, inútil e incluso desastroso.
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