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Friday, May 14, 2010

lo impide?


¿Es necesario que nos disculpemos,o el orgullo nos lo impide?


‘YO NUNCA me disculpo’, escribió George Bernard Shaw. ‘A lo hecho, pecho’, dicen algunos. 


Es posible que nos resistamos a admitir un error por miedo a quedar mal; que nos justifiquemos pensando que el problema lo tiene la otra persona; o que planeemos pedir perdón, pero lo dejemos para más tarde y luego creamos que se ha olvidado todo.
Pero, ¿es imprescindible disculparse? ¿Soluciona algo?

El amor exige que nos disculpemos
El amor fraternal es el sello distintivo de los auténticos seguidores de Jesucristo, quien dijo: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí”. (Juan 13:35.) Las Escrituras exhortan a los cristianos a ‘amarse unos a otros intensamente desde el corazón’. (1 Pedro 1:22.) Tal amor requiere que pidamos disculpas. ¿Por qué? Porque la imperfección humana siempre genera resentimiento, que, si no se subsana, inhibe el amor.

Por ejemplo, si tenemos nuestras diferencias con un miembro de la congregación cristiana, quizás nos sintamos tentados a no dirigirle la palabra. Pero si somos nosotros los ofensores, ¿cómo podemos recuperar la relación amistosa? En la mayoría de los casos, pidiendo perdón y luego haciendo todo lo posible por conversar cordialmente. Tenemos una deuda de amor con nuestros hermanos en la fe, una deuda que saldamos parcialmente cuando les decimos que lamentamos haberlos ofendido. (Romanos 13:8.)
A modo de ilustración: dos cristianas llamadas Mari Carmen y Paqui son amigas desde hace años. Sin embargo, Mari Carmen hizo caso de ciertos rumores y permitió que se enfriara su amistad con Paqui. Sin dar explicación alguna, eludió a Paqui. Como al año, Mari Carmen se enteró de que había sido un infundio. ¿Cómo reaccionó?

El amor la impulsó a buscar a Paqui y expresarle con humildad que deploraba su conducta. Las dos se deshicieron en lágrimas, y desde entonces han sido buenas amigas.
Aunque nos creamos inocentes, las disculpas pueden resolver los malentendidos. Manuel recuerda lo que le ocurrió: “Hace muchos años mi esposa y yo nos hospedamos en casa de una hermana espiritual que estaba hospitalizada. Hicimos todo lo posible por ayudarla a ella, así como a sus hijos, mientras estuvo enferma. Pero cuando volvió a su hogar, se quejó a una amiga de que no habíamos administrado bien los gastos de la casa.

”Le hicimos una visita y le explicamos que, como éramos jóvenes inexpertos, quizás no habíamos atendido las cosas a su gusto. Ella respondió inmediatamente que estaba en deuda con nosotros y que había quedado muy agradecida por nuestra ayuda. Se había resuelto el problema. Aprendí de aquello la importancia de ser humilde y pedir perdón cuando hay un malentendido.”
Jehová bendijo a esta pareja por demostrar amor y ‘seguir tras las cosas que contribuyen a la paz’. (Romanos 14:19.) El amor también implica tener presentes los sentimientos ajenos. Pedro nos aconseja compartir “sentimientos como compañeros”. (1 Pedro 3:8.) Si tenemos tales sentimientos, es más probable que comprendamos cuánto dolor ocasionamos con un comentario o acto irreflexivo y que nos sintamos impulsados a pedir disculpas.

“Cíñanse con humildad mental”
Hasta en el caso de los ancianos cristianos se suscitan discusiones acaloradas. (Compárese con Hechos 15:37-39.) En tales ocasiones, las disculpas logran mucho bien. ¿De qué ayuda dispone el anciano, u otro cristiano, si le cuesta pedir perdón?
La clave es la humildad. El apóstol Pedro dio este consejo: “Cíñanse con humildad mental los unos para con los otros”. (1 Pedro 5:5.) Es cierto que en la mayoría de las disputas ambos implicados comparten la culpa, pero el cristiano humilde se preocupa por sus propias deficiencias y está dispuesto a admitirlas. (Proverbios 6:1-5.)
Quien recibe las disculpas ha de aceptarlas con humildad. Para ilustrarlo, supongamos que dos hombres que se hallan en lo alto de dos montañas han de comunicarse. Hay demasiada distancia para hablar. Pero si uno de ellos desciende al valle y el otro lo imita, logran conversar con facilidad. Así mismo, si dos cristianos tienen que resolver sus diferencias, cada uno debe tener la humildad de bajar al encuentro del otro en el valle, por así decirlo, y presentar las excusas oportunas. (1 Pedro 5:6.)

Pedir disculpas significa mucho en el matrimonio
El matrimonio, la unión de dos seres imperfectos, ofrece muchas oportunidades de pedir disculpas. Si ambos cónyuges tienen interés y comprensión mutuos, se sentirán impulsados a pedir perdón cuando hablen o actúen desconsideradamente. Proverbios 12:18 dice: “Existe el que habla irreflexivamente como con las estocadas de una espada, pero la lengua de los sabios es una curación”. Aunque uno no puede volver atrás cuando ha asestado una ‘estocada irreflexiva’, sí puede curar la herida disculpándose con sinceridad. Como es obvio, esto exige esfuerzo y estar siempre pendiente del otro.

Susan comenta lo siguiente sobre su matrimonio: “Aunque Jack y yo llevamos casados veinticuatro años, todavía aprendemos cosas nuevas el uno del otro. Es triste decirlo, pero hace algún tiempo estuvimos separados varias semanas. Sin embargo, seguimos el consejo bíblico de los ancianos y nos reconciliamos. Ahora entendemos que es fácil que surjan choques, pues tenemos caracteres muy dispares. Cuando chocamos, nos disculpamos rápidamente y hacemos lo posible por entendernos mutuamente. Puedo decir con satisfacción que nuestro matrimonio ha mejorado bastante”. Jack agrega: “También hemos aprendido a distinguir cuándo estamos más irritables y a extremar el tacto en tales momentos”. (Proverbios 16:23.)


¿Debemos pedir perdón aunque nos creamos inocentes? Cuando entran en juego los sentimientos íntimos, es difícil determinar con objetividad quién tiene la culpa. Pero en el matrimonio lo más importante es mantener la paz. Pensemos en Abigail, señora israelita cuyo marido trató mal a David. Aunque no se le podía achacar la necedad de su esposo, pidió disculpas: “Perdona, por favor, la transgresión de tu esclava”, suplicó. Por ello, David la trató amablemente y admitió con humildad que, de no haber sido por ella, habría derramado sangre inocente. (1 Samuel 25:24-28, 32-35.)
Igualmente, June, una cristiana que lleva casada cuarenta y cinco años, opina que para que el matrimonio vaya bien, cada cónyuge debe estar dispuesto a ser el primero en pedir perdón. Explica: “Me repito que nuestro matrimonio es más importante que mis propios sentimientos. Por eso, cuando me disculpo, siento que estoy fortaleciendo la unión”. Un señor mayor llamado Jim dice: “Le pido perdón a mi mujer hasta por insignificancias. Como ha pasado por una operación grave, se angustia por nada. Así que la rodeo con el brazo y le digo: ‘Lo siento, mi vida; no quise molestarte’. Como las plantas cuando reciben agua, cobra vida de inmediato”.

Si hemos lastimado a quien más queremos, será muy útil disculparse a tiempo. Milagros asiente por completo: “Como carezco de confianza en mí misma, basta con que mi esposo me hable con rudeza para que me sienta mal. Pero cuando me pide perdón, me siento mejor inmediatamente”. Con razón dicen las Escrituras: “Los dichos agradables son un panal de miel, dulces al alma y una curación a los huesos”. (Proverbios 16:24.)


Practique el arte de disculparse

Si aprendemos a disculparnos cuando sea necesario, es muy probable que los demás respondan bien y quizás hasta se disculpen ellos mismos. Si sospechamos que hemos ofendido a alguien, ¿por qué no adoptamos el hábito de pedir disculpas en vez de resistirnos a admitir los errores? Aunque el mundo opine que es un síntoma de debilidad, pedir perdón revela madurez cristiana. Por otra parte, no queremos ser como aquellos que reconocen un error pero restan importancia a su responsabilidad. Por ejemplo, ¿pedimos perdón sin sentirlo de verdad? Si llegamos tarde y presentamos muchas excusas, ¿nos resolvemos a mejorar en puntualidad?


Así pues, ¿es necesario que nos disculpemos? Sin lugar a dudas. Es una obligación que tenemos para con nosotros mismos y el prójimo. Las disculpas pueden aliviar el dolor que ocasiona la imperfección y reparar las relaciones maltrechas. Cada vez que pedimos perdón aprendemos a ser más humildes y más sensibles a los sentimientos ajenos. Esto redundará en que nuestros hermanos en la fe, nuestros cónyuges y otras personas nos consideren dignos de su afecto y confianza. Tendremos paz interior y la bendición de Jehová Dios.

Disculparse con sinceridad fomenta el amor cristiano

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