Nosotros como Cristianos estamos en una carrera muy extraordinaria. “Desde el momento en que se da la salida, un buen corredor solo piensa en seguir adelante, fija su mente en la meta final y cuenta con sus piernas para ganar.” Así fue como Luciano, historiador del primer siglo, describió la intensidad con que corrían los que participaban en una carrera. El corredor esforzaba todo nervio y músculo para llegar primero a la meta. El premio, a menudo una corona de hojas, normalmente traía al vencedor una vida llena de “los mejores elogios,” pues todo el mundo sabía que el vencedor no había escatimado “ni costo ni agonía” hasta ‘haber ganado el premio. ’Pero en nuestro caso, no es una corona de hojas tampoco el ganar no depende tanto de la velocidad como del aguante y del adherirse a las reglas de la carrera. Y aunque quizás parezca raro, la carrera no la gana un solo vencedor, sino todos los que permanecen en la carrera hasta el fin. Es la carrera que recorre la pista, que en realidad es el camino estrecho al que se entra por una puerta angosta, a la vida eterna en el nuevo sistema de cosas de Dios. (Mat. 7:14) Todos los que terminan con buen éxito reciben el magnífico premio de la vida eterna, y vale la pena todo el entrenamiento persistente y los sacrificios que se necesitan a fin de ganar.
Pero esta carrera no es fácil. No se completa en un solo día. Y hay un peligro siempre presente el peligro de desviarse, y entrar en el camino más fácil, entrar en el ancho y espacioso camino que Jesús describió que conduce a la destrucción. (Mat. 7:13) En esta carrera por la vida, debemos saltar las presiones y atracciones del mundo estos son obstáculos que hay que vencer, son vallas desviadoras que quieren apartarnos de esta carrera. Es por eso que debemos acudir a Jehová para que nos ayude a pasar las trampas y vallas que detienen a otros en el camino. Nosotros no estamos en una carrera para correr la milla en unos cuantos minutos, sino que estamos en una carrera con la meta de vida eterna en mira
En contraste, el corredor que triunfa no se entrega a excesos, sino que sigue una rutina estricta de ejercicio y dieta que lo mantiene en forma. En la carrera, se ha despojado de todo cuanto no es netamente esencial, y tiene mucho cuidado para no tropezar o descalificarse. (1 Cor. 9:24-27; 2 Tim. 2:5) Usando como base las experiencias de los corredores antiguos, Pablo dio este consejo a los cristianos: “Quitémonos nosotros también todo peso y el pecado [la falta de fe] que fácilmente nos enreda, y corramos con aguante la carrera que está puesta delante de nosotros, mirando atentamente al Agente Principal y Perfeccionador de nuestra fe, Jesús.”
Un “corredor” cristiano ha de recibir la recompensa, el premio de la vida eterna, ninguna otra búsqueda puede convertirse en el punto principal, u objetivo, hacia el cual toda su vida esté orientada. Por eso ora a Jehová constantemente pídele su espíritu santo, no dejes de asistir a las reuniones ni de leer a diario su palabra la Biblia.
Al ‘olvidar las cosas que quedan atrás,’ el apóstol Pablo demostró que esta recompensa es la meta más importante. Llamó a “las cosas que quedan atrás” un “montón de basura,” o “estiércol.”
Es por ese motivo que nosotros debemos seguir esforzándonos en esta carrera que conduce a la vida y coronarnos con vida eterna como nuestro Dios así lo prometió...
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