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Tuesday, September 27, 2011

Falsas expectativas


 

Para el tiempo en que Jesús nació, la gente aguardaba con anhelo la llegada del Mesías. De hecho, cuando él todavía era un bebé y sus padres lo llevaron al templo, se encontraron con personas que “esperaban la liberación de Jerusalén” a manos del Mesías (Lucas 2:38). Y años más tarde, cuando Juan el Bautista emprendió su ministerio, muchos se preguntaron: “¿Acaso será él el Cristo?” (Lucas 3:15). Pero ¿qué expectativas abrigaban los judíos del siglo primero respecto al Mesías?
 

En general, la gente se imaginaba que el Mesías los libraría del yugo romano y restauraría el reino de Israel. Lo que es más, antes de que Jesús comenzara a predicar y enseñar, varios hombres animaron al pueblo a tomar las armas contra los opresores. Seguramente, las ideas de estos caudillos influenciaron en los judíos y los llevaron a albergar falsas esperanzas sobre el Mesías.
 

Jesús era completamente diferente de aquellos falsos mesías. En vez de fomentar la violencia, motivó a la gente a amar a sus enemigos y obedecer a las autoridades (Mateo 5:41-44). Además, puesto que su reino no sería “parte de este mundo”, jamás permitió que los judíos lo hicieran rey (Juan 6:15; 18:36). Aun así, a muchos se les hizo muy difícil dejar atrás sus ideas preconcebidas sobre el Mesías.
 

Tomemos por caso al propio Juan el Bautista, quien presenció sucesos extraordinarios que confirmaron que Jesús era el Hijo de Dios. Sin embargo, cuando estuvo preso, envió a unos discípulos suyos a preguntarle: “¿Eres tú Aquel Que Viene, o hemos de esperar a uno diferente?” (Mateo 11:3). Es probable que Juan quisiera saber si Jesús sería quien haría realidad el sueño judío de libertad.
 

Los apóstoles también tenían una idea equivocada de lo que lograría el Mesías. Por ejemplo, en cierta ocasión, cuando Jesús les trató de explicar que el Mesías tendría que sufrir, morir y ser resucitado, Pedro “lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo” (Marcos 8:31, 32). No era capaz de entender por qué el prometido Libertador tendría que morir.
 

En el año 33 de nuestra era, cuando Jesús fue a Jerusalén para celebrar la Pascua, las multitudes salieron a recibirlo y lo aclamaron rey de Israel (Juan 12:12, 13). Pero solo unos días después, Jesús fue arrestado, sentenciado a muerte y fijado en un madero. Tras la ejecución, dos de sus discípulos manifestaron su pesar con estas palabras: “Esperábamos que este fuera el que estaba destinado a librar a Israel” (Lucas 24:21).

Incluso al verlo resucitado, sus seguidores aún pensaban que Jesús establecería su reino en la Tierra. Por eso le preguntaron: “Señor, ¿estás restaurando el reino a Israel en este tiempo?”. Está claro que las falsas expectativas sobre el Mesías habían echado raíces en su corazón (Hechos 1:6).
 

Después de que Jesús ascendió al cielo, sus discípulos recibieron el espíritu santo, y fue entonces cuando entendieron que el Mesías reinaría desde un trono celestial (Hechos 2:1-4, 32-36). A partir de ese momento, los apóstoles Pedro y Juan proclamaron con valor la resurrección de su Maestro, y hasta hicieron milagros para demostrar que contaban con el apoyo divino (Hechos 3:1-9, 13-15).

Como consecuencia, miles de personas en Jerusalén se hicieron creyentes. Esto enfureció a los gobernantes judíos, quienes comenzaron a perseguir a los apóstoles y a los nuevos discípulos, igual que habían hecho con su Maestro. Pero ¿por qué se opusieron con tanta vehemencia a Jesús?






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