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Tuesday, June 7, 2011

¿Llevan todos los caminos a Dios?


 

“LA RELIGIÓN está profundamente arraigada en la naturaleza humana”, señala el profesor Alister Hardy en el libro The Spiritual Nature of Man (La naturaleza espiritual del hombre). Un estudio reciente parece avalar esta conclusión, pues revela que el 86% de la población mundial afirma pertenecer a alguna religión.
 

El estudio también indica que los creyentes se agrupan en diecinueve grandes religiones y que existe la asombrosa cantidad de 37.000 confesiones que se declaran cristianas. ¿No le hace esto preguntarse si todos los caminos llevan a Dios, como reza el dicho? En realidad, ¿importa cómo lo adoramos?
 

En esta cuestión tan importante es razonable que no nos dejemos llevar por nuestros sentimientos y opiniones. 

Lógicamente, debemos averiguar qué piensa Dios al respecto, y para eso hay que acudir a su Palabra, la Biblia. ¿Por qué? Porque Jesucristo mismo, dirigiéndose a Dios, dijo: “Tu palabra es la verdad” (Juan 17:17). Y el fiel apóstol Pablo afirmó: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas” (2 Timoteo 3:16).
 

La Biblia muestra que Dios no acepta que se le adore de cualquier manera. En sus páginas encontramos ejemplos históricos de prácticas religiosas que él aceptó y de otras que rechazó. Un examen detenido de tales ejemplos nos enseñará lo que debemos y no debemos hacer para agradar a Dios.
 

Una advertencia del pasado
 

Mediante el profeta Moisés, Jehová Dios entregó a los israelitas un conjunto de leyes, comúnmente llamado la Ley mosaica, que les enseñaba a adorarlo como él quería. Cuando ellos cumplían aquellas leyes, Dios los aceptaba como su pueblo y los bendecía (Éxodo 19:5, 6). Pero a pesar de esa bondad divina, la nación de Israel dejó de servir a Dios como a él le agradaba. Una y otra vez le volvieron la espalda a Jehová y adoptaron las prácticas religiosas de los habitantes de tierras vecinas.
 

En tiempos de los profetas Ezequiel y Jeremías (siglo VII antes de nuestra era), muchos israelitas desobedecían la Ley de Dios y se relacionaban estrechamente con la gente de las naciones cercanas. 

Al seguir sus costumbres y participar en sus fiestas, los israelitas practicaban una mezcla de cultos. Muchos de ellos decían: “Lleguemos a ser como las naciones, como las familias de las tierras, ministrando a madera y piedra” (Ezequiel 20:32; Jeremías 2:28). Afirmaban adorar a Jehová Dios, pero al mismo tiempo veneraban “ídolos estercolizos”, incluso sacrificándoles sus propios hijos (Ezequiel 23:37-39; Jeremías 19:3-5).
 

Los arqueólogos llaman a estas prácticas sincretismo religioso —la adoración simultánea de distintos dioses—, o simplemente se refieren a ellas como religión tradicional, o popular. Hoy en día, muchas personas opinan que en una sociedad tan plural como la nuestra se debe tener la mente abierta a todas las opciones, incluso en temas de religión. Por lo tanto, les parece que no hay nada malo en adorar a Dios del modo que mejor les parezca. Pero ¿es así realmente? ¿Es tan solo cuestión de ser tolerantes y liberales? Para responder a estas preguntas, veamos algunos aspectos de la religión popular que practicaban los israelitas infieles, así como sus consecuencias.
 

La mezcla de cultos de Israel
 

Los israelitas practicaban su mezcla de cultos en los llamados “lugares altos”, que consistían en santuarios con altares, estantes para incienso, columnas sagradas de piedra y postes sagrados que, al parecer, eran representaciones en madera de Aserá, la diosa cananea de la fertilidad. En Judá había muchos de tales lugares, pues 2 Reyes 23:5, 8 menciona “los lugares altos de las ciudades de Judá y en los alrededores de Jerusalén, [...] desde Gueba [en el extremo norte] hasta Beer-seba [en el extremo sur]”.
 

En aquellos lugares altos, los israelitas ofrecían “humo de sacrificio a Baal, al sol y a la luna y a las constelaciones del zodíaco y a todo el ejército de los cielos”. Asimismo, mantenían residencias para “los prostitutos de templo [...] en la casa de Jehová” y sacrificaban a sus hijos en “el fuego a Mólek” (2 Reyes 23:4-10).
 

Los arqueólogos han encontrado cientos de estatuillas de terracota en Jerusalén y Judá, sobre todo en las ruinas de hogares particulares. La mayoría son representaciones de una mujer desnuda con senos de un tamaño exagerado. Los expertos señalan que se trata de Astoret y de Aserá, diosas de la fertilidad, y opinan que las estatuillas eran “talismanes para facilitar la concepción y el alumbramiento”.
 

¿Cómo consideraban los israelitas aquellos centros de adoración mixta, o adulterada? El profesor Ephraim Stern, de la Universidad Hebrea, observó que muchos lugares altos probablemente estaban “dedicados a Yavé [Jehová]”, y así parecen indicarlo las impactantes inscripciones halladas en diversos sitios arqueológicos. Una de ellas dice: “Te he bendecido por [en el nombre de] Yavé de Samaria y por su aserá”, y en otra se lee: “Te bendigo por Yavé de Temán y por su aserá”.
 

Estos ejemplos ilustran la gran infidelidad que cometieron los israelitas al mezclar la adoración pura de Jehová con repugnantes prácticas paganas. Las consecuencias fueron degradación moral y oscuridad espiritual. 

¿Y qué le pareció a Dios esta mezcla de cultos?
 

La reacción de Dios a la mezcla de cultos
 

Dios expresó su indignación por la degradada adoración de los israelitas y la condenó. Mediante su profeta Ezequiel, dijo: “En todos sus lugares de morada las ciudades mismas llegarán a estar devastadas y los lugares altos mismos llegarán a estar desolados, para que yazcan devastados y los altares de ustedes yazcan desolados y verdaderamente sean quebrados y verdaderamente se haga cesar a los ídolos estercolizos de ustedes, y sus estantes de incienso sean cortados y las obras de ustedes sean borradas” (Ezequiel 6:6). Sin lugar a dudas, Jehová consideró totalmente inaceptable esa clase de adoración y la rechazó.
 

Jehová Dios predijo cómo ocurriría la devastación: “Voy a enviar [...] a Nabucodorosor el rey de Babilonia, mi siervo, y ciertamente las traeré contra esta tierra y contra sus habitantes y contra todas estas naciones en derredor; y ciertamente los daré por entero a la destrucción [...]. Y toda esta tierra tiene que llegar a ser un lugar devastado” (Jeremías 25:9-11). Estas palabras se cumplieron en el año 607 antes de nuestra era, cuando los babilonios asediaron Jerusalén y destruyeron por completo la ciudad y su templo.
 

Refiriéndose a este acontecimiento, el profesor Stern —citado anteriormente— señala que los restos arqueológicos “constituyen un claro reflejo de los pasajes bíblicos de 2 Reyes 25:8 y 2 Crónicas 36:18, 19, que describen la destrucción, incendio y desplome de casas y muros. [...] Los hallazgos arqueológicos de esta fase de la historia de Jerusalén [...] figuran entre los más gráficos de cualquier asentamiento de tiempos bíblicos”.
 

¿Cuál es la lección para nosotros?
 

La principal lección es que Dios no acepta que lo adoremos tratando de mezclar las enseñanzas bíblicas con los dogmas, tradiciones o rituales de otras religiones. Esta es una lección que obviamente tomó muy en serio el apóstol Pablo, quien se había criado como judío fariseo y había sido educado en los preceptos de ese grupo religioso. ¿Qué hizo cuando supo y aceptó que Jesús era el Mesías prometido? Dejó atrás sus antiguas creencias y se hizo un devoto seguidor de Cristo. Él mismo se expresó así: “Cuantas cosas eran para mí ganancias, estas las he considerado pérdida a causa del Cristo” (Filipenses 3:5-7).
 

Gracias a sus viajes como misionero, Pablo conocía las prácticas religiosas y las ideas filosóficas de muchos pueblos. Con esa experiencia, pudo escribir lo siguiente a los cristianos de Corinto: “¿O qué participación tiene la luz con la oscuridad? Además, ¿qué armonía hay entre Cristo y Belial? ¿O qué porción tiene una persona fiel con un incrédulo? ¿Y qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? [...] ‘Por lo tanto, sálganse de entre ellos, y sepárense —dice Jehová—, y dejen de tocar la cosa inmunda’; ‘y yo los recibiré’” (2 Corintios 6:14-17).
 

Ahora que comprendemos que a Dios sí le importa cómo lo adoramos, bien podemos preguntarnos: “¿Cuál es la religión que Dios aprueba? ¿De qué manera puedo acercarme a él? ¿Y qué debo hacer para adorarlo como él quiere?”.

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