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Tuesday, June 14, 2011

La manera de ser de nuestro Padre celestial



MUCHAS personas rezan el padrenuestro, la oración que Jesús dejó a sus discípulos como modelo (Mateo 6:9-13). Cada vez que pronuncian esas palabras, se dirigen a Dios como “Padre nuestro”. No obstante, ¿cuántas de ellas pueden decir que lo conocen bien?
 

En realidad, a todos nos conviene preguntarnos: “¿Tengo una relación estrecha con Dios? ¿Suelo hablar con él y contarle mis penas y alegrías? ¿Hasta qué punto conozco yo a Dios? Lo que es más, ¿qué implica conocerlo?”.
 

“Jehová es su nombre”
 

Al principio, los niños solo saben dirigirse a su padre llamándolo “papá”. Pero al ir creciendo, aprenden el nombre que tiene y las cualidades por las que es conocido, y en muchos casos se sienten orgullosos de él. ¿Qué puede decirse del Gran Dador de la vida, nuestro Padre celestial? ¿Conocemos su nombre y todo lo que este encierra?
 

Aunque no son pocos los que repiten la frase del padrenuestro “Santificado sea tu nombre”, muchos de ellos no saben qué decir cuando se les pregunta: “Y ese nombre, ¿cuál es?”. Ahora bien, ¿cómo puede uno saber la respuesta? Mientras que para convencerse de que Dios existe basta con ver los cielos estrellados, una montaña majestuosa o un arrecife de coral rebosante de vida, para saber cómo se llama hay que ir a otra fuente; hay que ir a la Biblia, que dice sin rodeos: “Jehová es su nombre” (Éxodo 15:3).
Dios quiere que lo conozcamos por su nombre. ¿Por qué? Porque muestra la clase de persona que es. 


En efecto, Jehová significa “Él Hace que Llegue a Ser”. En otras palabras, este nombre indica que él llega a ser todo lo que hace falta a fin de cumplir su propósito. Podemos ilustrarlo así: a fin de cuidar bien de los miembros de su familia, el padre llega a ser su proveedor, consejero, juez, mediador, protector y maestro, dependiendo de lo que cada uno necesite en un determinado momento. De igual modo, el significado del nombre Jehová nos da la seguridad de que, pase lo que pase, él es perfectamente capaz de llevar a cabo su voluntad, lo que siempre redunda en bendiciones para quienes le sirven.
 

Examinemos los diferentes papeles que, en conformidad con el significado de su nombre, asume nuestro amoroso Dios. Este repaso nos ayudará a entender la clase de Dios que es y la manera de acercarnos a él.
 

“El Dios de amor y de paz”
 

El apóstol Pablo se refirió al Creador como “el Dios de amor y de paz” (2 Corintios 13:11). ¿Por qué? Años antes, Jesucristo había dicho: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Como vemos, por su inmenso amor a la humanidad, Dios entregó a su Hijo como rescate. Y esto permite que todos los que demuestren fe en Cristo disfruten de vida eterna, libres de los dolores y sufrimientos ocasionados por el pecado. Por esta razón, Pablo pudo decir: “El salario que el pecado paga es muerte, pero el don que Dios da es vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 6:23). ¿No debería impulsarnos este hecho a amar a Dios y acercarnos más a él?
 

Pero Dios no se limita a amar a la humanidad en conjunto; también ama a cada una de las personas que le sirven lealmente. Dirigiéndose a los rebeldes israelitas, Moisés dijo: “¿Es a Jehová a quien siguen haciendo de esta manera, oh pueblo estúpido y no sabio? ¿No es él tu Padre que te ha producido, el que te hizo y procedió a darte estabilidad?” (Deuteronomio 32:6). ¿Comprendemos lo que implican estas palabras? Que aunque el pueblo de Dios tenía considerables deficiencias, su amoroso Padre celestial no dejaba de quererlo. Además, se encargaba de cubrir todas sus necesidades legítimas, fueran de orden material, emocional o espiritual.
 

A todos nos afectan los constantes altibajos de la vida, las malas rachas que suelen llenarnos de inquietud o incluso deprimirnos. Necesitamos que alguien nos ayude a ver las cosas en su justa perspectiva. Pero ¿quién? 

En la Biblia, Jehová nos demuestra que no hay nadie más amoroso y más dispuesto a aconsejarnos y auxiliarnos que él. Además, nos explica por qué tenemos tantos sufrimientos y cuál es la mejor forma de afrontarlos. Al igual que un padre ayuda con ternura a sus hijos cuando se caen y se lastiman, Jehová se inclina —figurativamente hablando— para darnos el apoyo que precisamos. Nunca se queda corto con quienes demuestran fe en él (Isaías 59:1).
 

Dios también evidencia cuánto nos ama actuando como “Oidor de la oración” (Salmo 65:2). ¿En qué sentido es una muestra de amor que nos escuche? Pues bien, el apóstol Pablo lo indica al decir: “No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo, por oración y ruego junto con acción de gracias, dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales mediante Cristo Jesús” (Filipenses 4:6, 7). Como vemos, Jehová amorosamente pone a nuestro alcance “la paz [...] que supera a todo pensamiento”, una paz que conseguimos orándole con sinceridad y aplicando los consejos de su Palabra.
 

El “Dios de conocimiento”
 

La Biblia señala que Jehová “es perfecto en conocimiento”. Siendo “Dios de conocimiento”, conoce mejor que nadie la naturaleza y necesidades de los seres humanos (Job 36:4; 1 Samuel 2:3). Por eso explicó mediante su siervo Moisés que “no solo de pan vive el hombre, sino [...] de toda expresión de la boca de Jehová” (Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4). Como bien muestra esa afirmación, para sentirnos verdaderamente satisfechos en la vida, hace falta algo más que tener cubiertas las necesidades materiales.
 

En su Palabra, el Creador nos ofrece una guía incomparable. Por eso, cuando estudiamos y aplicamos los consejos bíblicos, en realidad nos estamos beneficiando de “toda expresión de la boca de Jehová”. Veamos un ejemplo. Una cristiana llamada Zuzanna explica cuánto les ha ayudado la Palabra de Dios a ella y a su esposo: “Nuestro matrimonio se ha fortalecido al leer la Biblia como pareja, ir juntos a las reuniones cristianas y explicar a las personas las cosas que hemos aprendido. Gracias al programa de educación divina, tenemos las mismas metas y estamos más unidos que nunca”.
 

¿Qué hay de usted, lector? ¿Le gustaría que Dios le aconsejara y orientara? Pues bien, si estudia la Biblia con constancia y aplica sus consejos, él lo colmará de bendiciones espirituales (Hebreos 12:9).
 

El “Dios de salvación”
 

Hoy, más que nunca, necesitamos alguien que nos proteja y libere. Vivimos en un mundo desgarrado por las luchas y conflictos. Y nadie sabe lo que traerá el mañana. En muchos países, lo que más se anhela es el cese de la guerra; en otros, el mayor deseo es la eliminación del crimen, la inestabilidad económica y el terrorismo. 

¿Quién podrá salvarnos de todos estos males?
 

La Biblia responde: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo, y se le da protección” (Proverbios 18:10). Quien se refugia en el nombre divino comprende que Dios ha liberado a sus siervos en el pasado y volverá a hacerlo en el futuro. Ciertamente, Jehová ha demostrado en multitud de ocasiones que sabe liberar a su pueblo. Por ejemplo, salvó a Israel destruyendo los carros de guerra y los ejércitos del faraón. Así probó que es un Dios leal, un Dios que se acuerda de los afligidos y quiere socorrerlos (Éxodo 15:1-4).
 

Nuestro futuro eterno también depende de que confiemos en Jehová como Salvador. Así lo hizo David, rey de Israel que logró superar muchísimas dificultades. Por ello, se dirigió a Jehová con estas palabras: “Tú eres mi Dios de salvación” (Salmo 25:5). El apóstol Pedro compartía esa confianza, pues dijo que “Jehová sabe librar de la prueba a personas de devoción piadosa” (2 Pedro 2:9).
 

Jehová hace esta promesa a quien busca su ayuda: “[Te] protegeré porque [has] llegado a conocer mi nombre” (Salmo 91:14). En nuestros tiempos, muchos siervos de Dios han visto cumplirse esa promesa. 

Tomemos el caso de Henryk, de Polonia, quien lleva siete décadas sirviendo fielmente a Jehová, a pesar de los problemas y la persecución. Cuando solo tenía 16 años, vio cómo se llevaban a su padre al campo de concentración de Auschwitz. Además, su hermano y él fueron encerrados en un reformatorio nazi. Y de allí fue yendo de un campo de concentración a otro. No obstante, este es el recuerdo que guarda de aquellos días: “En los momentos más difíciles, Jehová nunca me dejó. Siempre me ayudó a mantenerme fiel, aunque varias veces tuve a la muerte mirándome cara a cara”. No cabe duda de que Jehová concede a sus siervos la fe y las fuerzas necesarias para aguantar.
 

Se avecina el día en que Dios actuará como Salvador y Libertador de quienes acuden a él con fe. En efecto, él ha dicho: “Yo soy Jehová, y fuera de mí no hay salvador” (Isaías 43:11). Y lo demostrará en “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”, cuando barrerá de la Tierra a los malvados y libertará a los justos (Revelación [Apocalipsis] 16:14, 16; Proverbios 2:21, 22). Luego, “los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz” (Salmo 37:11).
 

Podemos ser “hijos de Dios”
 

En la época del profeta Malaquías, los israelitas afirmaban que Jehová era su Padre. Pero en vez de darle la honra y devoción que merecía, le presentaban en sacrificio pan contaminado y animales ciegos y cojos. Por eso, él les reprochó: “Si yo soy un padre, ¿dónde está la honra [que] a mí [se me debe]?” (Malaquías 1:6).
 

Pero usted, lector, no tiene por qué caer en el mismo error que aquellos israelitas infieles. Le animamos a conocer mejor a Jehová y acudir a él, en armonía con esta invitación del discípulo Santiago: “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes” (Santiago 4:8).
 

El privilegio de tener a Jehová como Padre conlleva la responsabilidad de honrarle y sostener lealmente sus normas en todo aspecto de la vida. Pero puede estar seguro de que si actúa de este modo, él no olvidará nunca sus esfuerzos. Por el contrario, le ayudará a mantenerse en el camino que conduce al nuevo mundo, un mundo en el que “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor” (Revelación 21:4). 

Aquel día, la gente que obedece las normas divinas “será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).

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