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Wednesday, July 20, 2011

Evitemos los peligros del flirteo






 Otro peligro contra el que debemos estar alerta para preservar la castidad es el flirteo. Quizá haya quien insista en que se trata de un pasatiempo inocente e inofensivo entre personas de distinto sexo. Hay que admitir que existe un momento y un lugar para las atenciones de tipo romántico. Por ejemplo, Isaac y Rebeca fueron vistos “divirtiéndose” juntos de un modo que demostraba que no eran simplemente hermanos (Génesis 26:7-9). Pero, claro, eran marido y mujer. Las muestras de afecto entre ellos no estaban fuera de lugar. Ahora bien, el flirteo es algo muy distinto.

 El flirteo consiste en la manifestación de interés romántico sin verdadera intención de contraer matrimonio. Los humanos somos seres complejos, por lo que ese coqueteo puede sin duda adoptar innumerables formas, algunas muy sutiles (Proverbios 30:18, 19). Por tanto, establecer reglas rígidas de conducta no es el mejor modo de abordar el asunto. Más bien, se requiere algo más elevado: un autoexamen honrado y la aplicación concienzuda de los principios bíblicos.

 Siendo sinceros, probablemente la mayoría de nosotros tengamos que admitir que nos sentimos halagados cuando percibimos que alguien del sexo opuesto manifiesta cierto interés romántico por nosotros. Eso es natural. Ahora bien, ¿coqueteamos para despertar tal interés con el único fin de satisfacer nuestro ego o provocar esa reacción en alguien? Si así es, ¿hemos pensado en el dolor que quizá estemos causando? Por ejemplo, Proverbios 13:12 dice: “La expectación pospuesta enferma el corazón”. Si deliberadamente flirteamos con alguien, es probable que no sepamos con exactitud qué efecto tendrá eso en él o ella. Tal vez se haga ilusiones de entrar en un noviazgo y casarse, y la consiguiente decepción puede ser demoledora (Proverbios 18:14). Jugar a sabiendas con los sentimientos ajenos es una crueldad.

 Es especialmente importante guardarnos de coquetear con personas casadas. No está bien demostrar interés romántico por ellas, ni que un casado lo demuestre por alguien que no sea su cónyuge. Por desgracia, algunos cristianos han creído erróneamente que no es malo cultivar tales sentimientos por personas del sexo opuesto ajenas a su matrimonio. Hay quienes confían a tal “amigo” o “amiga” sus inquietudes más profundas, y hasta pensamientos íntimos que no revelan a su cónyuge. El resultado es que los sentimientos románticos crecen hasta convertirse en una dependencia emocional que socava y destruye la unión marital. Los cristianos casados hacen bien en recordar la sabia advertencia de Jesús: el adulterio empieza en el corazón (Mateo 5:28). Por lo tanto, protejamos el corazón y evitemos situaciones que pueden acarrear consecuencias tan terribles.

 Hay que admitir que no es fácil conservar la castidad en un mundo tan inmoral como este. Pero recordemos que es mucho más fácil conservarla que recuperarla una vez perdida. Claro, Jehová puede perdonar “en gran manera” y limpiar a quienes en verdad se arrepienten de sus pecados (Isaías 55:7). Sin embargo, no escuda de las consecuencias de sus actos a quienes incurren en la inmoralidad. Las secuelas pueden durar años, quizá toda la vida (2 Samuel 12:9-12). Mantengamos a toda costa nuestra castidad salvaguardando el corazón. Valoremos como un preciado tesoro la posición pura y casta que tenemos ante Dios, y jamás, jamás la perdamos.

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