Otro peligro contra el que debemos estar alerta para
preservar la castidad es el flirteo. Quizá haya quien insista en que se trata
de un pasatiempo inocente e inofensivo entre personas de distinto sexo. Hay que
admitir que existe un momento y un lugar para las atenciones de tipo romántico.
Por ejemplo, Isaac y Rebeca fueron vistos “divirtiéndose” juntos de un modo que
demostraba que no eran simplemente hermanos (Génesis 26:7-9). Pero, claro,
eran marido y mujer. Las muestras de afecto entre ellos no estaban fuera
de lugar. Ahora bien, el flirteo es algo muy distinto.
El flirteo consiste en la manifestación de interés
romántico sin verdadera intención de contraer matrimonio. Los humanos somos
seres complejos, por lo que ese coqueteo puede sin duda adoptar innumerables
formas, algunas muy sutiles (Proverbios 30:18, 19). Por tanto, establecer
reglas rígidas de conducta no es el mejor modo de abordar el asunto. Más
bien, se requiere algo más elevado: un autoexamen honrado y la aplicación
concienzuda de los principios bíblicos.
Siendo sinceros, probablemente la mayoría de
nosotros tengamos que admitir que nos sentimos halagados cuando percibimos que
alguien del
sexo opuesto manifiesta cierto interés romántico por nosotros. Eso es natural.
Ahora bien, ¿coqueteamos para despertar tal interés con el único fin de
satisfacer nuestro ego o provocar esa reacción en alguien? Si así es, ¿hemos
pensado en el dolor que quizá estemos causando? Por ejemplo, Proverbios 13:12
dice: “La expectación pospuesta enferma el corazón”. Si deliberadamente
flirteamos con alguien, es probable que no sepamos con exactitud qué
efecto tendrá eso en él o ella. Tal vez se haga ilusiones de entrar en un
noviazgo y casarse, y la consiguiente decepción puede ser demoledora
(Proverbios 18:14). Jugar a sabiendas con los sentimientos ajenos es una
crueldad.
Es especialmente importante guardarnos de coquetear
con personas casadas. No está bien demostrar interés romántico por ellas,
ni que un casado lo demuestre por alguien que no sea su cónyuge. Por
desgracia, algunos cristianos han creído erróneamente que no es malo
cultivar tales sentimientos por personas del
sexo opuesto ajenas a su matrimonio. Hay quienes confían a tal “amigo” o
“amiga” sus inquietudes más profundas, y hasta pensamientos íntimos que
no revelan a su cónyuge. El resultado es que los sentimientos
románticos crecen hasta convertirse en una dependencia emocional que socava y
destruye la unión marital. Los cristianos casados hacen bien en recordar la
sabia advertencia de Jesús: el adulterio empieza en el corazón (Mateo 5:28).
Por lo tanto, protejamos el corazón y evitemos situaciones que pueden acarrear
consecuencias tan terribles.
Hay que admitir que no es fácil conservar la
castidad en un mundo tan inmoral como
este. Pero recordemos que es mucho más fácil conservarla que recuperarla una
vez perdida. Claro, Jehová puede perdonar “en gran manera” y limpiar a quienes
en verdad se arrepienten de sus pecados (Isaías 55:7). Sin embargo,
no escuda de las consecuencias de sus actos a quienes incurren en la
inmoralidad. Las secuelas pueden durar años, quizá toda la vida (2 Samuel
12:9-12). Mantengamos a toda costa nuestra castidad salvaguardando el corazón.
Valoremos como
un preciado tesoro la posición pura y casta que tenemos ante Dios,
y jamás, jamás la perdamos.
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