No es fácil demostrar bondad amorosa al hablar, como bien reconoció el discípulo Santiago: “La lengua, nadie de la humanidad puede domarla. Cosa ingobernable y perjudicial, está llena de veneno mortífero” (Sant. 3:8). ¿Qué nos ayudará a refrenar este órgano tan difícil de controlar? Encontramos la clave en estas palabras que dirigió Jesús a los guías religiosos de su tiempo: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mat. 12:34). Por consiguiente, si queremos que la bondad amorosa nos guíe al hablar, tenemos que tenerla primero dentro del corazón. Veamos cómo la meditación y la oración nos ayudan a implantarla en nuestro interior.
Un pasaje bíblico señala que Jehová es “abundante en bondad amorosa” (Éxo. 34:6). Y uno de los salmos dice que su “bondad amorosa [...] ha llenado la tierra” (Sal. 119:64). Además, en las Escrituras hay muchos relatos que ilustran cómo demostró Dios esta cualidad con sus siervos. Si sacamos tiempo para meditar en sus tratos, o acciones, crecerán en nosotros la gratitud y el deseo de imitar su ejemplo (léase Salmo 77:12).
Pensemos, por ejemplo, en la ocasión en que Jehová libró a Lot —el sobrino de Abrahán— y a su familia. Al acercarse la destrucción de Sodoma, los ángeles que habían ido a avisarle lo apremiaron a dejar su hogar y salir huyendo junto con los suyos. El relato bíblico señala: “Cuando siguió demorándose, entonces, por la compasión de Jehová para con él, los [ángeles] asieron la mano de él y la mano de su esposa y las manos de sus dos hijas y procedieron a sacarlo y a situarlo fuera de la ciudad”. Al reflexionar sobre este episodio, ¿no es cierto que nos conmueve la bondad amorosa que demostró Dios al salvarlo? (Gén. 19:16, 19.)
Pensemos también en David, quien cantó así: “[Jehová] está perdonando todo tu error, [...] está sanando todas tus dolencias”. ¡Cuánto apreció este rey de Israel que Dios le perdonara su pecado con Bat-seba! Por eso lo exaltó diciendo: “Así como los cielos son más altos que la tierra, su bondad amorosa es superior para con los que le temen” (Sal. 103:3, 11). Al meditar en pasajes como estos, se nos llena el corazón de gratitud por la bondad amorosa de Jehová y nos sentimos movidos a alabarle y darle gracias. Y cuanto más agradecidos estamos, más deseos tenemos de imitarlo (Efe. 5:1).
Estos y otros ejemplos de las Escrituras indican que el Dios verdadero concede su bondad amorosa —o, lo que es lo mismo, su amor leal— a quienes gozan de su aprobación. Pero ¿qué hace con quienes no disfrutan de su amistad? ¿Los trata con crueldad? No, ni mucho menos. “Él es bondadoso para con los ingratos e inicuos”, y por eso “hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Luc. 6:35; Mat. 5:45). Antes de abrazar la verdad, nos beneficiábamos de la bondad que Jehová demuestra a todos los seres humanos. Pero cuando nos hicimos siervos suyos, llegamos a disfrutar de su amor leal, su infalible bondad amorosa (léase Isaías 54:10). ¡Qué agradecidos estamos! Y este sentimiento es un gran incentivo para seguir reflejando esta cualidad divina en nuestras conversaciones y demás actividades cotidianas.
La oración es una ayuda extraordinaria para cultivar la bondad amorosa. Recordemos que la bondad y el amor —elementos esenciales de esta cualidad— forman parte del fruto del espíritu santo (Gál. 5:22). Por eso, si nos sometemos a la influencia de esta fuerza divina, la bondad amorosa echará raíces en nuestro corazón. ¿Cómo obtenemos el espíritu santo? La forma más directa es pidiéndoselo a Jehová (Luc. 11:13).
¡Qué necesario es que le solicitemos vez tras vez su fuerza activa y que nos dejemos guiar por ella! Como vemos, la meditación y la oración son imprescindibles para que la ley de bondad amorosa dirija siempre nuestra lengua.
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