“Tomen sobre sí mi yugo [...] y hallarán refrigerio para sus almas.” (MAT. 11:29)
CUANDO Jehová instituyó el pacto de la Ley en el monte Sinaí, incluyó el mandato de celebrar el sábado. Mediante Moisés dio esta orden a la nación de Israel: “Seis días has de hacer tu trabajo; pero el séptimo día has de desistir, para que descansen tu toro y tu asno y para que se refresquen el hijo de tu esclava y el residente forastero” (Éxo. 23:12).
En una muestra de amor y consideración por sus siervos israelitas, Dios estableció un día de descanso semanal “para que se refres[caran]” o renovaran las fuerzas.
Pero ¿era el sábado simplemente un día de reposo? No. Era parte esencial de la adoración de los israelitas. Entre otras cosas, permitía que el padre enseñara a los miembros de su casa a “[guardar] el camino de Jehová” y hacer lo que es justo (Gén. 18:19).
También brindaba la oportunidad de que las familias y los amigos se reunieran para meditar en los actos de Jehová y disfrutar de sana convivencia (Isa. 58:13, 14). Más importante aún, el sábado fue un modelo profético del Reinado Milenario de Cristo, el cual traerá auténtico alivio a la humanidad (Rom. 8:21).
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