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Wednesday, April 27, 2011

¿Cuál es el sentido de la vida?

¿Por qué existimos?

 

A ESTAS preguntas frecuentes se suma otra: ¿Podemos esperar algo más que vivir apenas setenta u ochenta años y luego morir? (Salmo 90:9, 10.)
 

La cuestión se vuelve aún más apremiante cuando nos damos cuenta de lo corta que es, realmente, la vida. Desde luego, no es necesario verle la cara a la muerte para plantearse la razón de la existencia; las desilusiones o la reflexión sobre la vida que llevamos también pueden ser un incentivo para hacerlo.
 

Dave tenía un empleo bien remunerado, un bonito apartamento y muchos amigos con los que le gustaba divertirse. “Un día —relata— caminaba hacia casa tarde en la noche después de salir de una fiesta, cuando me puse a reflexionar: ‘¿Es esto todo? ¿Habrá algo más que simplemente vivir unos cuantos años y después morir?’. En aquel momento me asusté de la vida tan vacía que llevaba.”
 

En su libro El hombre en busca de sentido, el psicoanalista Viktor Frankl observó que algunos de sus compañeros que sobrevivieron al Holocausto se encararon a la misma cuestión después de ser liberados de los campos de concentración. Al retornar a sus hogares, se encontraron con que sus seres amados habían muerto. Frankl escribe: “¡Desdichado quien al regresar descubrió una realidad totalmente distinta a la íntimamente añorada durante los años de cautiverio!”.
 

Una cuestión que viene de antiguo
 

La pregunta de por qué existimos ha sido común a todas las generaciones. La Biblia nos ofrece ejemplos de personas que se plantearon la razón de su existencia. Una de ellas fue Job, quien, tras perder sus riquezas y a sus hijos y hallándose afligido por una espantosa enfermedad, se lamentó: “¿Por qué desde la matriz no procedí a morir? ¿Por qué no salí del vientre mismo y entonces expiré?” (Job 3:11).
 

Otro que sintió lo mismo fue el profeta Elías. Creyendo que era el único adorador de Dios que quedaba vivo, exclamó: “¡Basta! Ahora, oh Jehová, quítame el alma, porque no soy mejor que mis antepasados” (1 Reyes 19:4). Tales sentimientos son muy frecuentes. De hecho, la Biblia presenta a Elías como un “hombre de sentimientos semejantes a los nuestros” (Santiago 5:17).
 

Feliz viaje por la vida
 

La vida suele compararse a un viaje. Así como es posible emprender un viaje sin tener en mente un destino concreto, también es posible ir por la vida sin conocer su verdadero propósito. Cuando esto sucede, es muy fácil caer “en la trampa de la actividad, en el ajetreo de la vida”, como señala el prestigioso escritor Stephen R. Covey. “A menudo —agrega él—, las personas se encuentran logrando victorias vacías, éxitos conseguidos a expensas de cosas que súbitamente se comprende que son mucho más valiosas.”
 

¿De qué nos vale acelerar el paso si vamos en la dirección equivocada? Del mismo modo, buscarle sentido a la vida simplemente acelerando nuestro ritmo de actividad nos dejará vacíos y frustrados.
 

El deseo de comprender el porqué de nuestra existencia trasciende las diferencias culturales o las barreras de la edad; nace de una profunda necesidad propia de los seres humanos, una necesidad que puede quedar insatisfecha aunque se tengan colmadas todas las necesidades materiales. Veamos qué han hecho algunos para satisfacerla.

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