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Saturday, April 30, 2011

¿Es la humildad un defecto, o una virtud?

El punto de vista bíblico
 


 

LA SOCIEDAD en que vivimos presenta como modelo a las personas orgullosas y autosuficientes, mientras que a las mansas y humildes las considera débiles, apocadas o serviles. ¿Será la verdadera humildad un defecto? ¿Será el orgullo una virtud? ¿Qué dicen las Santas Escrituras?
 

En primer lugar, la Biblia señala que el orgullo no siempre es malo. Por ejemplo, menciona que los cristianos deben sentirse orgullosos de que Jehová sea su Dios y de que él los conozca (Salmo 47:4; Jeremías 9:24; 2 Tesalonicenses 1:3, 4). Igualmente, muestra que los padres pueden enorgullecerse cuando sus hijos son ejemplares y defienden la religión verdadera (Proverbios 27:11). Pero el orgullo también tiene su lado negativo.
 

El orgullo y la humildad
 

Cabe definir el orgullo como exceso de estimación propia por la que uno se cree superior a los demás, quizás debido a la belleza, la raza, la riqueza, el rango o el talento (Santiago 4:13-16). Según la Biblia, los hombres pueden estar “hinchados de orgullo”, o sea, tener una opinión injustificadamente alta acerca de su persona (2 Timoteo 3:4).
 

La humildad, por el contrario, exige ser honrado y objetivo con uno mismo. Los humildes reconocen sus imperfecciones y su insignificancia ante Dios (1 Pedro 5:6). Es más, se alegran al ver que otros los superan en alguna cualidad (Filipenses 2:3). De ahí que no les corroa la envidia ni los celos (Gálatas 5:26). Como es lógico, la verdadera humildad promueve las buenas relaciones y la estabilidad y seguridad emocional.
 

Pensemos en Jesús. En el cielo fue un ángel poderoso, y en la Tierra, un hombre perfecto, sin pecado alguno (Juan 17:5; 1 Pedro 2:21, 22). Su capacidad, inteligencia y conocimientos eran inigualables; aun así, nunca alardeó de ello (Filipenses 2:6). Tanta era su humildad que se interesó de verdad por los niños y hasta llegó a lavarles los pies a sus discípulos (Lucas 18:15, 16; Juan 13:4, 5). En una ocasión, tomando a un pequeñín, dijo: “Cualquiera que se humille como este niñito, es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:2-4). 

Como vemos, a los ojos de Jesús y de su Padre, la verdadera grandeza nace de la humildad, no del orgullo (Santiago 4:10).
 

La humildad es una virtud
 

Aunque dio un ejemplo perfecto de humildad, Jesús no fue ni servil ni débil. Habló la verdad con valor y nunca se acobardó (Mateo 23:1-33; Juan 8:13, 44-47; 19:10, 11). De ahí que hasta se ganara el respeto de algunos enemigos suyos (Marcos 12:13, 17; 15:5). Por otro lado, jamás fue opresivo, sino humilde, amable y amoroso, y conquistó los corazones como ningún orgulloso sería capaz (Mateo 11:28-30; Juan 13:1; 2 Corintios 5:14, 15). Aun hoy, millones de personas se someten humildes a Cristo movidas por el gran amor y respeto que él les merece (Revelación [Apocalipsis] 7:9, 10).
 

La Palabra de Dios anima a las personas a cultivar la humildad, pues así se dejarán aconsejar y dará gusto enseñarles (Lucas 10:21; Colosenses 3:10, 12). Además, como Apolos, cristiano primitivo famoso por sus dotes para la oratoria y la enseñanza, no dudarán en modificar sus opiniones cuando se les presente información más exacta (Hechos 18:24-26). Tampoco tendrán miedo de admitir su ignorancia y preguntar lo que no sepan, algo que no hacen por lo general los orgullosos.
 

Veamos cómo reaccionó un eunuco etíope del siglo primero que no entendía cierto pasaje bíblico. Cuando Felipe el evangelizador le preguntó: “¿Verdaderamente sabes lo que estás leyendo?”, respondió: “¿Realmente, cómo podría hacerlo, a menos que alguien me guiara?”. Este hombre demostró una humildad extraordinaria, y más si tenemos en cuenta el prestigio del que al parecer gozaba en su país. Como recompensa, vio bendecida su buena disposición con una mejor comprensión de las Escrituras (Hechos 8:26-38).
 

En marcado contraste con la actitud del etíope, estaban los escribas y fariseos, que se consideraban la élite del judaísmo de su tiempo (Mateo 23:5-7). En vez de escuchar con humildad a Jesús y sus discípulos, los desprestigiaban y criticaban. Así, su orgullo no los dejó salir de la oscuridad espiritual en que estaban inmersos (Juan 7:32, 47-49; Hechos 5:29-33).
 

¿Somos barro blando, o duro?
 

La Biblia compara a Jehová con un alfarero, y a los hombres, con el barro (Isaías 64:8). En manos de Dios, los humildes son como arcilla blanda, con la que puede moldearse bellas vasijas; en cambio, los altivos son como barro reseco y duro, que acaba hecho añicos. Entre estos últimos sobresale el Faraón de Egipto que se opuso a Jehová y pagó por ello con su vida (Éxodo 5:2; 9:17; Salmo 136:15). La muerte de aquel soberbio gobernante demuestra lo atinado que es el siguiente proverbio: “El orgullo está antes de un ruidoso estrellarse; y un espíritu altivo, antes del tropiezo” (Proverbios 16:18).
 

Claro está, esto no quiere decir que los siervos de Dios no tengan que luchar contra el orgullo. Sin ir más lejos, los apóstoles de Jesús discutieron muchas veces sobre quién era el más importante (Lucas 22:24-27). 

Pero, aun así, no dejaron que los dominara el orgullo, sino que escucharon los consejos de Jesús y terminaron cambiando de actitud.
 

“El resultado de la humildad y del temor de Jehová es riquezas y gloria y vida”, escribió Salomón (Proverbios 22:4). ¿Verdad que contamos con muy buenas razones para cultivar esta poderosa cualidad? En efecto, no solo contribuirá a que obtengamos el favor de la gente, sino también el de Dios, quien nos recompensará con vida eterna (2 Samuel 22:28; Santiago 4:10).
 

¿SE HA PREGUNTADO...
 

▪ ... si el orgullo es siempre malo? (2 Tesalonicenses 1:3, 4.)
 

▪ ... cómo nos ayuda la humildad a aprender? (Hechos 8:26-38.)
 

▪ ... si deben los siervos de Dios cultivar la humildad? (Lucas 22:24-27.)
 

▪ ... qué futuro aguarda a los humildes? (Proverbios 22:4.)

Los niños se acercaban a Jesús porque era humilde

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