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Friday, May 20, 2011

La ley oral: ¿por qué se puso por escrito?


 

¿POR qué no aceptaron a Jesús como el Mesías muchos de los judíos del siglo primero? Un testigo presencial informa: “Después que [Jesús] entró en el templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se le acercaron mientras estaba enseñando, y dijeron: ‘¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad?’” (Mateo 21:23). Para ellos, el Todopoderoso había dado a la nación judía la Torá (la Ley), y esta concedía a ciertos hombres autoridad divina. ¿Tenía dicha autoridad Jesús?
 

Jesús tenía sumo respeto a la Torá y a los que mediante ella recibían verdadera autoridad (Mateo 5:17-20; Lucas 5:14; 17:14). Sin embargo, denunció con frecuencia a quienes traspasaban los mandamientos de Dios (Mateo 15:3-9; 23:2-28). Tales hombres seguían tradiciones que llegaron a conocerse como la ley oral. Jesús rechazó la autoridad de esta. En cambio, muchos lo rechazaron a él como Mesías. Creían que solo podía contar con el respaldo de Dios la persona que apoyara las tradiciones de quienes tenían autoridad entre ellos.
¿Dónde se originó la ley oral? ¿Cómo llegaron los judíos a creer que esta tenía la misma autoridad que la Ley redactada que se halla en las Escrituras? Además, si era una ley oral, ¿por qué se puso por escrito con el tiempo?
 

¿Dónde se originaron las tradiciones?
 

Los israelitas entraron en una relación de pacto con Jehová Dios en el monte Sinaí en 1513 a.E.C. Recibieron los estatutos de ese pacto mediante Moisés (Éxodo 24:3). La observancia de estas disposiciones les permitiría demostrar que eran ‘santos como Jehová su Dios era santo’ (Levítico 11:44). Bajo el pacto de la Ley, la adoración a Jehová incluía el ofrecimiento de sacrificios mediante un sacerdocio nombrado. La nación debía tener un lugar central de adoración, que con el tiempo se estableció en el templo de Jerusalén (Deuteronomio 12:5-7; 2 Crónicas 6:4-6).
 

La Ley mosaica proporcionó la estructura general para la adoración que Israel, como nación, rendía a Jehová. Sin embargo, hubo detalles que no se declararon de forma explícita. Por ejemplo, la Ley prohibía trabajar en sábado, pero no hacía una distinción definida entre el trabajo y otras actividades (Éxodo 20:10).
 

Si Jehová lo hubiera visto oportuno, podría haber suministrado disposiciones detalladas que abarcaran todas las preguntas imaginables. Pero él creó a los seres humanos con una conciencia y les permitió tomar la iniciativa de servirle con cierta flexibilidad dentro del marco de Sus estatutos. La Ley estipulaba que los sacerdotes, los levitas y los jueces se encargaran de los casos judiciales (Deuteronomio 17:8-11). A medida que se incrementaron estos casos, se fijaron ciertos precedentes, y algunos sin duda se transmitieron de una generación a otra. Los métodos para atender los deberes sacerdotales en el templo de Jehová también se pasaron de padres a hijos. Al aumentar la experiencia colectiva de la nación, también aumentaron sus tradiciones.
 

No obstante, la Ley escrita dada a Moisés aún ocupaba el lugar central en la adoración de Israel. Éxodo 24:3, 4 declara: “Vino Moisés y refirió al pueblo todas las palabras de Jehová y todas las decisiones judiciales, y todo el pueblo respondió con una sola voz y dijo: ‘Todas las palabras que ha hablado Jehová estamos dispuestos a ponerlas por obra’. Por consiguiente, Moisés escribió todas las palabras de Jehová”. 

Fue con respecto a estos mandamientos escritos que Dios estableció su pacto con los israelitas (Éxodo 34:27). De hecho, las Escrituras no hacen ninguna mención de una ley oral.
 

“¿Quién te dio esta autoridad?”
 

En asuntos religiosos, la Ley mosaica dejó claramente en manos de los sacerdotes —descendientes de Aarón— la autoridad e instrucción de carácter fundamental (Levítico 10:8-11; Deuteronomio 24:8; 2 Crónicas 26:16-20; Malaquías 2:7). Pero con el paso de los siglos, algunos sacerdotes se hicieron infieles y corruptos (1 Samuel 2:12-17, 22-29; Jeremías 5:31; Malaquías 2:8, 9). Durante el período de dominación griega, muchos de ellos transigieron en asuntos religiosos. En el siglo II a.E.C., los fariseos —un nuevo grupo dentro del judaísmo que no confiaba en el sacerdocio— empezaron a instituir tradiciones que permitían al hombre común considerarse tan santo como el sacerdote. Estas tradiciones atrajeron a muchas personas, pero eran una inaceptable adición a la Ley (Deuteronomio 4:2; 12:32 [13:1 en muchas ediciones judías]).
 

Los fariseos se convirtieron en los nuevos eruditos de la Ley, y realizaban el trabajo que, según ellos, no hacían los sacerdotes. Dado que su autoridad no hallaba base en la Ley mosaica, idearon nuevos métodos de interpretar las Escrituras inventándose alusiones crípticas y siguiendo otros procedimientos que parecían apoyar sus puntos de vista. En su función de guardianes y promotores principales de estas tradiciones, crearon una nueva base de autoridad en Israel. Para el siglo I E.C., los fariseos se habían convertido en una fuerza dominante en el judaísmo.
 

Al recopilar las tradiciones orales existentes y buscar algún apoyo de las Escrituras para establecer otras tradiciones suyas, los fariseos vieron la necesidad de otorgarse más autoridad a sí mismos. Nació un nuevo concepto sobre el origen de estas tradiciones. Los rabíes empezaron a enseñar: “Moisés recibió la Torá desde el Sinaí y la transmitió a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, los profetas la transmitieron a los hombres de la Gran Asamblea” (Abot 1:1, La Misná).
 

Al decir “Moisés recibió la Torá”, los rabíes se referían, no solo a las leyes escritas, sino a todas sus tradiciones orales. Afirmaban que estas tradiciones —inventadas y desarrolladas por hombres— las había recibido Moisés de Dios en el Sinaí. Además, enseñaban que Dios no había autorizado al hombre para llenar las lagunas, sino que había definido oralmente lo que no había expresado la Ley escrita. Según ellos, Moisés transmitió esta ley oral de una generación a otra, pero no a los sacerdotes, sino a otros caudillos. Los fariseos alegaban ser los herederos naturales de esta cadena “ininterrumpida” de autoridad.
 

La Ley en crisis. Una nueva solución
 

Jesús, cuya autoridad conferida por Dios ponían en tela de juicio los líderes religiosos judíos, había predicho la destrucción del templo (Mateo 23:37–24:2). Después que los romanos lo destruyeron en 70 E.C., ya no podían cumplirse los requisitos de la Ley de Moisés respecto a los sacrificios y los servicios sacerdotales. 

Dios había establecido un nuevo pacto sobre la base del sacrificio redentor de Jesús (Lucas 22:20). La Ley mosaica ya no estaba vigente (Hebreos 8:7-13).
 

En lugar de ver estos sucesos como prueba de que Jesús era el Mesías, los fariseos encontraron otra solución. Ya habían usurpado mucha de la autoridad del sacerdocio. Dado que el templo había sido destruido, podían ir un paso más allá. La academia rabínica de Yavne se convirtió en el centro de un Sanedrín reorganizado, el tribunal supremo judío. Bajo la dirección de Yohanan ben Zakkai y Gamaliel II, se reestructuró totalmente el judaísmo en Yavne. Los servicios en la sinagoga, dirigidos por rabíes, reemplazaron la adoración en el templo, que había sido supervisada por los sacerdotes. Las oraciones, particularmente en el Día de Expiación, tomaron el lugar de los sacrificios. Los fariseos razonaban que la ley oral que recibió Moisés en el Sinaí ya había previsto estos cambios.
 

Las academias rabínicas cobraron más importancia. Su programa de estudios principal incluía apasionados debates, memorización y la aplicación de la ley oral. Anteriormente se había relacionado la base de la ley oral con la interpretación de las Escrituras: el midrás. Ahora, se empezaron a enseñar y a organizar por separado las crecientes tradiciones que estaban acumulándose. Se redujo cada ley oral a una frase breve, fácil de memorizar, que a menudo se cantaba con música.
 

¿Por qué escribir una ley oral?
 

La abundancia de academias rabínicas y la creciente cantidad de leyes que se formularon crearon un nuevo problema. El erudito rabínico Adin Steinsaltz explica: “Cada maestro tenía su propio método y formulaba sus reglamentaciones orales, en su estilo particular. [...] Ya no bastaba conocer las enseñanzas del propio tutor; el estudiante debía familiarizarse con el trabajo que habían hecho otros especialistas [...]. De manera que los estudiantes se veían obligados a memorizar grandes cantidades de material, a causa de la ‘expansión del conocimiento’”. En medio de este mar de información desorganizada, la memoria del estudiante se probaba hasta el límite.
 

En el siglo II E.C., la rebelión de los judíos contra Roma, encabezada por Bar Kokhba, llevó a que se persiguieran encarnizadamente a los eruditos rabínicos. Se ejecutó a Akiba, el principal rabino, que era partidario de Bar Kokhba, así como a muchos eruditos de renombre. Los rabíes temían que el resurgimiento de la persecución pusiera en peligro la mismísima existencia de su ley oral. Habían creído que era mejor pasar las tradiciones por vía oral, de maestro a discípulo, pero estas circunstancias cambiantes los persuadieron a hacer un mayor esfuerzo por estructurarlas, a fin de conservar las enseñanzas de los sabios y evitar que cayeran para siempre en el olvido.
 

Durante un período posterior de relativa paz con Roma, Judah Ha-Nasi, que fue el principal rabino entre los últimos años del siglo segundo y los primeros del siglo tercero de la era común, reunió a varios eruditos para editar una gran cantidad de tradiciones orales en un sistema organizado compuesto por seis divisiones llamadas órdenes, que luego fueron subdivididas en secciones menores conocidas como tratados, 63 en total. 
A esta obra se la llamó la Misná. Ephraim Urbach, una autoridad en la ley oral, comenta: “Ningún otro libro, con la excepción de la Torá misma, recibió tanta aprobación y autoridad [...] como la Misná”. El Mesías había sido rechazado, el templo yacía en ruinas, pero ya que la ley oral se había conservado por escrito en la Misná, empezó una nueva era en el judaísmo.

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