Veamos ahora la tercera manera en la que demostramos nuestro amor a Dios: luchando por mantenernos limpios y puros a sus ojos. Por lo general, los padres procuran que sus hijos estén siempre limpios y presentables. ¿Por qué les preocupa tanto la higiene de sus niños?
Por un lado, porque contribuye a su bienestar físico. Y por el otro, porque cuando la gente ve a un niño bien arreglado, se forma un buen concepto de los padres y concluye que lo quieren y lo cuidan como es debido. Las razones por las que Jehová desea que nos mantengamos limpios y puros son muy parecidas.
Nuestro Padre celestial sabe que la limpieza contribuye a nuestro bienestar y que la gente se formará un buen concepto de él si nos ve limpios. Este punto es muy importante, pues muchas personas pudieran sentirse atraídas a nuestro Dios si ven que somos diferentes de este mundo sucio.
Los cristianos debemos mantenernos limpios y puros en todo aspecto de nuestra vida. Jehová explicó a los antiguos israelitas que la limpieza era fundamental (Lev. 15:31). Así, la Ley mosaica hablaba de asuntos como la eliminación de desechos, la limpieza de vasijas y el lavado de las manos, los pies y la ropa (Éxo. 30:17-21; Lev. 11:32; Núm. 19:17-20; Deu. 23:13, 14). Esta ley le recordó a la nación de Israel que su Dios, Jehová, es santo, o lo que es lo mismo, limpio, puro y sagrado. Los siervos de un Dios tan santo también tenemos que ser santos (léase Levítico 11:44, 45).
Pero no basta con mantener limpio nuestro cuerpo; también debemos mantener limpios la mente y el corazón. Por ejemplo, procuramos que nuestros pensamientos sean puros y seguimos fielmente las normas de pureza moral de Jehová a pesar de la degradación sexual de este mundo.
Lo que es más importante, nos esforzamos por mantener pura la adoración que le damos a Dios evitando toda contaminación de la religión falsa. Tenemos siempre presente la advertencia inspirada de Isaías 52:11: “Apártense, apártense, sálganse de allí, no toquen nada inmundo; sálganse de en medio de ella, manténganse limpios”.
Nos mantenemos limpios espiritualmente cuando, por decirlo así, ni siquiera tocamos lo que nuestro Padre celestial considera inmundo en sentido religioso. Por eso evitamos al máximo cosas como las fiestas y celebraciones de la religión falsa que tan populares son hoy día. Es cierto que no es nada fácil permanecer puros, pero si lo hacemos, nos mantendremos en el amor de Dios.
Jehová quiere que nos mantengamos en su amor por toda la eternidad. Pero cada uno de nosotros debe poner todo su empeño para lograrlo. Sigamos, pues, el ejemplo de Jesús y demostremos nuestro amor a Dios obedeciendo sus mandamientos. Así no habrá nada que pueda “separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom. 8:38, 39).
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