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Saturday, December 17, 2011

Un tesoro escondido entre líneas


 

SIGLOS atrás, los materiales de escritura —como el pergamino— no se conseguían fácilmente. Por eso, cuando ya no se necesitaba un documento, se acostumbraba borrar la tinta raspando o lavando la superficie para escribir otra vez sobre el mismo material. Este tipo de manuscritos recibe el nombre de palimpsesto, el cual proviene de un término griego que significa “raspado de nuevo”. Esto fue lo que sucedió con algunos manuscritos bíblicos escritos sobre vitela.
 

Analicemos el caso de un valiosísimo palimpsesto llamado Códice Ephraemi Syri Rescriptus, un documento sobrescrito que conserva gran parte de las Escrituras Griegas Cristianas. Pero ¿por qué es tan valioso? Porque es una de las copias más antiguas que existen de esta sección de la Biblia y, por lo tanto, figura entre las fuentes más confiables para demostrar la exactitud bíblica.
 

El texto original, que data del siglo V, fue borrado en el siglo XII para sobrescribir la traducción al griego de 38 sermones del erudito Efrén de Siria. Y no fue sino hasta finales del siglo XVII que se descubrió que debajo de estos sermones había un manuscrito bíblico. Aunque en unos cuantos años se logró distinguir una buena parte de los escritos originales, fue sumamente difícil descifrarlos por completo. A la dificultad que suponía tener que diferenciar los dos textos superpuestos, se sumaban otros problemas: la tinta demasiado tenue del original y el estado deteriorado de las hojas. A fin de resaltar la tinta borrada, se aplicaron sustancias químicas al documento, pero no se consiguió gran cosa. Después de todos estos intentos, la mayoría de los especialistas llegaron a la conclusión de que era imposible recuperar la información del original.
 

A principios de 1840, un brillante lingüista alemán llamado Konstantin von Tischendorf logró descifrar el códice luego de dos años de intenso estudio. ¿Qué le ayudó a tener éxito en una empresa en la que muchos habían fracasado?
 

Por un lado, Tischendorf conocía muy bien el tipo de letra empleada en el códice, la escritura griega uncial, que consistía en el uso de mayúsculas sin unión alguna. Y por otro, descubrió que podía distinguir el texto original con tan solo levantar las hojas de pergamino y mirarlas a contraluz. Dotado de una visión excelente, logró realizar una tarea para la que hoy se emplean diversas técnicas, que incluyen el uso de luz infrarroja, ultravioleta y polarizada.
 

En 1843, Tischendorf publicó una parte de sus descubrimientos y, en 1845, el resto. Gracias a este trabajo, se ganó la reputación de ser uno de los mejores especialistas en paleografía griega.
 

El Códice Ephraemi —que mide unos 30 centímetros de largo por 25 de ancho (12 pulgadas de largo por 9 de ancho)— fue escrito en una sola columna por página y, de hecho, es el documento más antiguo de esta clase. De las 209 hojas rescatadas, 145 son porciones de casi todos los libros de las Escrituras Griegas Cristianas, con excepción de la segunda carta a los Tesalonicenses y la segunda carta de Juan. En las demás páginas se hallan fragmentos de las Escrituras Hebreas traducidos al griego.
 

En la actualidad, este códice se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia. No se sabe a ciencia cierta dónde se escribió, aunque Tischendorf creía que procedía de Egipto. Los eruditos incluyen el Códice Ephraemi entre los cuatro principales manuscritos unciales de la Biblia en griego. Los otros tres son el Códice Sinaítico, el Alejandrino y el Vaticano 1209, que datan de los siglos IV y V.
 

Así es, como ilustra el caso de los palimpsestos, las Santas Escrituras se han preservado de maneras sorprendentes. Han sobrevivido incluso a los inescrupulosos intentos de borrar su valioso mensaje. Una vez más, ha quedado probada la veracidad de estas palabras del apóstol Pedro: “El dicho de Jehová dura para siempre” (1 Pedro 1:25).
 

[Nota]
 

Este es el mismo tipo de escritura del Códice Sinaítico, una de las más antiguas traducciones al griego de las Escrituras Hebreas. A Tischendorf se le conoce sobre todo por haber descubierto este manuscrito bíblico en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí.

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