Incluso mientras estaba agonizando en el madero, Jesús confirmó de manera contundente cuál es la esperanza de la humanidad. Cuando el delincuente que estaba a su lado le dijo: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”, él le prometió: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso” (Luc. 23:42, 43).
Puesto que este hombre seguramente era judío, no necesitaba que le explicaran qué era el Paraíso. Él ya conocía la esperanza de la vida eterna en un nuevo mundo en la Tierra.
En cambio, lo que sí hacía falta explicar era la esperanza celestial. Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que iría al cielo y les prepararía un lugar, ellos no le entendieron (léase Juan 14:2-5). “Tengo muchas cosas que decirles todavía —señaló más tarde—, pero no las pueden soportar ahora. Sin embargo, cuando llegue aquel, el espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad.” (Juan 16:12, 13.)
Los discípulos no lograron entender que sus tronos estarían en el cielo sino hasta después del Pentecostés del año 33, cuando fueron ungidos por espíritu santo para llegar a ser reyes (1 Cor. 15:49; Col. 1:5; 1 Ped. 1:3, 4).
La esperanza de la herencia celestial, que fue toda una revelación, se convirtió en el tema principal de las cartas de las Escrituras Griegas Cristianas. Ahora bien, ¿refuerzan dichas cartas la esperanza de que la humanidad vivirá para siempre en la Tierra?
¿Por qué no ver las Escrituras aquí?
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