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Saturday, March 26, 2011

Ezequiel 18:20 dice que “un hijo mismo no llevará nada debido al error del padre”, mientras que Éxodo 20:5 señala que Jehová “trae castigo por el error de padres sobre hijos”. ¿Se trata de una contradicción?


 

En realidad, estos versículos no se contradicen. Más bien, el primero recalca que cada uno debe rendir cuentas de sus actos, mientras que el segundo reconoce que los pecados de una persona pueden traer consecuencias para sus descendientes.
 

El capítulo 18 de Ezequiel da énfasis a la responsabilidad personal. El versículo 4 dice: “El alma que peca... ella misma morirá”. ¿Y qué pasará con el hombre “que sea justo y haya ejecutado derecho y justicia”? “Seguirá viviendo.” (Eze. 18:5, 9.) Por lo tanto, todo el que tenga uso de razón será juzgado “según sus caminos”, o sea, según su actuación (Eze. 18:30).
 

El caso de Coré ilustra este principio. Durante la travesía de Israel por el desierto, este levita llegó a sentirse insatisfecho con las tareas que realizaba en el servicio de Jehová y quiso desempeñar las funciones sacerdotales. Con este fin, él y otros israelitas se sublevaron contra Moisés y Aarón, los representantes de Jehová. Por tener la insolencia de aspirar a una posición que no les correspondía, Jehová les dio muerte (Núm. 16:8-11, 31-33). Sin embargo, los hijos de Coré no se unieron a la rebelión, de modo que no fueron considerados responsables del pecado de su padre. Su lealtad a Jehová les salvó la vida (Núm. 26:10, 11).
 

¿Cómo debemos entender entonces Éxodo 20:5? Analicemos el contexto también en este caso. 

La advertencia forma parte de los Diez Mandamientos, que Jehová dio tras haber establecido el pacto de la Ley con los israelitas. Después de oír sus disposiciones, ellos declararon: “Todo lo que Jehová ha hablado estamos dispuestos a hacerlo” (Éxo. 19:5-8). A partir de ese momento, tuvieron una relación especial con 
Jehová. Por ello, las palabras que leemos en Éxodo 20:5 se dirigen en primer término a la nación en conjunto.
 

Cuando los israelitas fueron fieles, todos se beneficiaron y recibieron muchas bendiciones (Lev. 26:3-8). Por otro lado, cuando le dieron la espalda a Jehová y cayeron en la idolatría, él les retiró su favor y protección, y sufrieron una calamidad tras otra (Jue. 2:11-18). Claro está, también hubo quienes fueron leales a Dios y obedecieron sus mandamientos a pesar de vivir rodeados de un pueblo idólatra (1 Rey. 19:14, 18). Aunque es probable que estos siervos fieles sufrieran ciertas dificultades debido a la conducta de la nación, no dejaron de recibir el amor y la bondad de Jehová.
 

Sin embargo, llegó el punto en que los pecados de los israelitas fueron tan flagrantes que deshonraban el nombre divino ante las demás naciones, por lo que Jehová permitió que los babilonios se los llevaran cautivos. Obviamente, sufrieron este castigo tanto a nivel individual como colectivo (Jer. 52:3-11, 27). 

De hecho, la Biblia indica que la culpa de la nación fue tan grande que al menos tres o cuatro generaciones sufrieron por los actos de aquellos israelitas desobedientes, tal y como había advertido Éxodo 20:5.
 

Por otro lado, la Palabra de Dios menciona casos en los que la mala conducta del cabeza de familia perjudicó a sus descendientes. Recordemos el ejemplo del sumo sacerdote Elí, quien mantuvo a sus hijos en el sacerdocio a pesar de ser unos “hombres [inmorales] que no servían para nada” (1 Sam. 2:12-16, 22-25). 

Jehová se indignó al ver que Elí daba más importancia a sus hijos que a él y decretó que el cargo de sumo sacerdote dejaría de estar en manos de su familia. Estas palabras se cumplieron cuando fue destituido Abiatar, el tataranieto de Elí (1 Sam. 2:29-36; 1 Rey. 2:27). Otro caso que ilustra el principio de Éxodo 20:5 es el de Guehazí, el servidor de Eliseo. Abusando de su posición, quiso sacar provecho económico de la curación milagrosa del general sirio Naamán. Por ello, Jehová le anunció mediante el profeta: “La lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu prole hasta tiempo indefinido” (2 Rey. 5:20-27). Como vemos, sus descendientes también sufrieron las consecuencias de aquel pecado.
 

Siendo como es el Creador y el Dador de la vida, Jehová tiene todo el derecho de determinar en cada caso cuál es el castigo justo y debido. Los ejemplos anteriores muestran que las faltas de los padres a veces perjudican a sus hijos e incluso a generaciones posteriores. Pero podemos tener la seguridad de que Dios “oye el clamor de los afligidos” que lo buscan con sinceridad, y les concede su favor y alivio del sufrimiento (Job 34:28).

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