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Sunday, March 20, 2011

Reyes buenos y reyes malos





 

La nación de Israel se divide en dos reinos, y muchos de sus gobernantes abandonan a Jehová. Los babilonios destruyen Jerusalén 
POCO después de la traición de Salomón, Israel se dividió en dos reinos, tal como Jehová había predicho. 

Quien heredó la corona, Rehoboam, fue tan duro con el pueblo que las diez tribus del norte decidieron independizarse. Las dos tribus que se mantuvieron leales al trono de David en Jerusalén formaron el reino sureño de Judá.
 

Debido a la desobediencia y la falta de fe de sus gobernantes, ninguno de los dos reinos gozó por mucho tiempo de paz y prosperidad. Pero el peor fue el reino norteño de Israel, pues desde el primer momento sus reyes fomentaron la religión falsa. Y aunque Dios les envió profetas como Elías y Eliseo —que hasta les devolvieron la vida a algunas personas—, no hicieron ningún caso. Al final, Dios permitió que Asiria conquistara Israel.
 

Poco más de un siglo después, el reino sureño de Judá también sufrió el castigo divino. Los profetas de Dios dieron advertencias a los reyes, pero solo unos cuantos prestaron atención y trataron de corregir al pueblo. 

Por ejemplo, el rey Josías se propuso acabar con el culto a los ídolos y restauró el templo de Jehová. 

Durante las obras, se halló un manuscrito original de la Ley de Moisés. Emocionado, Josías intensificó su campaña contra la idolatría.
 

Lamentablemente, los sucesores de Josías no siguieron sus pasos. De modo que Jehová permitió que los babilonios conquistaran Judá y destruyeran Jerusalén y su templo. Los sobrevivientes fueron llevados cautivos a Babilonia, y Dios predijo que pasarían setenta años antes de que volvieran a su tierra. Mientras tanto, Judá permanecería totalmente desierta.
 

Hasta que llegara el Rey prometido —el Mesías—, ningún descendiente de David ocuparía el trono. 

En cualquier caso, la mayoría de los reyes que descendieron de David demostraron por su comportamiento que los seres humanos no están hechos para gobernar. En realidad, solo el Mesías tendría esa capacidad. Por eso, Jehová le dijo al último de aquellos reyes: “La corona [...] no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él” (Ezequiel 21:26, 27).
 

(Basado en 1 y 2 Reyes, los capítulos 10 a 36 de 2 Crónicas y Jeremías 25:8-11.)

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