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Tuesday, April 5, 2011

¿Dice la Biblia toda la verdad sobre Jesús?


¿Es cierto que Jesús no murió en el Gólgota, como dice la Biblia, sino que sobrevivió? ¿Será verdad que se casó con María Magdalena y tuvo hijos? ¿Habrá sido un místico asceta que rechazó todos los placeres de la vida terrenal? ¿Es posible que haya enseñado doctrinas distintas a las que leemos en la Biblia?
 

TALES especulaciones han florecido en años recientes debido, en parte, a ciertas novelas y películas populares. Pero más allá de estos entretenidos relatos de ficción, existen muchos libros y artículos periodísticos que abordan el tema de los documentos apócrifos de los siglos II y III. Supuestamente, estos revelan hechos sobre la vida de Jesús que los Evangelios omiten. ¿Tendrán alguna validez? ¿Cómo podemos estar seguros de que la Biblia nos dice toda la verdad sobre Jesús?
 

Para contestar estas preguntas, hay tres aspectos fundamentales que podemos analizar. Primero, quiénes fueron los hombres que escribieron los Evangelios y cuándo lo hicieron. Segundo, quién determinó el canon de las Escrituras y cómo. Y tercero, cuáles son algunas características de los escritos apócrifos y qué diferencias básicas tienen con los canónicos.
 

¿Cuándo se escribieron las Escrituras Griegas Cristianas?
 

Si bien varias fuentes indican que el Evangelio de Mateo se escribió alrededor del año 41 de nuestra era —a escasos ocho años de la muerte de Cristo—, muchos eruditos se inclinan por una fecha posterior. Aun así, en general se acepta que todos los libros que forman las Escrituras Griegas Cristianas quedaron terminados para el fin del siglo I.
 

Para entonces, aún había muchos testigos oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Ellos podían corroborar lo que decían los Evangelios, pero también podían haber señalado cualquier imprecisión. 

Al respecto, el erudito bíblico Frederick F. Bruce señala: “Uno de los puntos fuertes que surgen de la predicación originaria de los apóstoles, es la confianza con que apelan a los conocimientos que poseían quienes escuchaban. No sólo dijeron, ‘Nosotros somos testigos de estas cosas’ sino que agregaron, ‘como vosotros mismos sabéis’ (Hch 2:22)”.
 

¿Quiénes escribieron las Escrituras Griegas Cristianas? Varios de los doce apóstoles de Jesús, así como otros discípulos. De hecho, la mayoría de estos discípulos —como Santiago, Judas y probablemente Marcos— estaban con los apóstoles en el Pentecostés del año 33 cuando se formó la congregación cristiana. Otro de los escritores fue el apóstol Pablo. Todos ellos estaban muy unidos al Cuerpo Gobernante de la congregación cristiana del siglo I, compuesto por los apóstoles y los ancianos de Jerusalén (Hechos 15:2, 6, 12-14, 22; Gálatas 2:7-10).
 

Jesús encomendó a sus seguidores la obra de predicar y enseñar que él había comenzado (Mateo 28:19, 20). 

Incluso les dijo: “El que les escucha a ustedes me escucha a mí también” (Lucas 10:16). Además, les prometió que el espíritu santo, o fuerza activa, de Dios los capacitaría para realizar dicha labor. Por eso, cuando los primeros cristianos recibieron escritos de parte de los apóstoles o de sus colaboradores cercanos —que habían dado pruebas claras de estar bendecidos con el espíritu santo de Dios—, naturalmente los aceptaron como auténticos.
 

Algunos escritores bíblicos dieron fe de la inspiración divina y la autoridad de otros escritores. Por ejemplo, el apóstol Pedro se refirió a las cartas de Pablo y las puso a la par con “las demás Escrituras” (2 Pedro 3:15, 16). Pablo, por su parte, reconoció que los apóstoles y otros profetas cristianos contaban con la guía de Dios (Efesios 3:5).
 

De lo anterior podemos concluir que los Evangelios tienen un fuerte respaldo de confiabilidad y autenticidad. 

No son simples cuentos ni leyendas. Son historia cuidadosamente registrada, basada en las declaraciones de testigos presenciales y escrita por hombres a quienes el espíritu santo de Dios dirigió.
 

¿Quién decidió el canon?
 

Hay escritores que afirman que el canon de las Escrituras Griegas Cristianas lo determinó, siglos después de ocurridos los hechos, una iglesia controlada por el emperador Constantino. La realidad, no obstante, es otra.
 

Por ejemplo, el profesor de Historia Eclesiástica Oskar Skarsaune explica: “La decisión sobre qué escritos debían ser incluidos, o no, en el Nuevo Testamento no fue tomada por ningún concilio eclesiástico ni por un solo individuo. [...] El criterio era muy abierto, a la vez que sensato: los escritos del siglo I que se consideraban producto de los apóstoles o de sus colaboradores se tenían por dignos de confianza. Otros documentos, cartas o ‘evangelios’ que se escribieron más tarde no fueron incluidos. [...] Este proceso estaba prácticamente completo mucho tiempo antes de Constantino y de que se estableciera su iglesia del poder. 

Fue la iglesia de los mártires, no la iglesia del poder, la que nos legó el Nuevo Testamento”.
 

Ken Berding, experto en las Escrituras Griegas Cristianas, ofrece el siguiente comentario sobre la manera en que surgió el canon: “La Iglesia no estableció un canon de su elección; es más adecuado decir que la Iglesia reconoció los libros que los cristianos desde siempre habían considerado parte auténtica de la Palabra de Dios”.
 

Pero ¿fueron en realidad aquellos humildes cristianos del siglo I quienes decidieron el canon? Las Escrituras revelan la intervención de algo más significativo y poderoso.
 

La Biblia aclara que el “discernimiento de expresiones inspiradas” fue uno de los dones milagrosos del espíritu que la congregación cristiana recibió en las primeras décadas de su existencia (1 Corintios 12:4, 10). Esta capacidad sobrenatural permitió a algunos de aquellos cristianos discernir la diferencia entre los dichos que venían realmente de Dios y los que no. De ahí que hoy día los cristianos tengamos la seguridad de que los libros incluidos en el canon bíblico son producto de la inspiración divina.
 

Es patente, pues, que el canon se estableció en una etapa temprana del cristianismo bajo la dirección del espíritu santo. A finales del siglo II, varios escritores hicieron referencia a la canonicidad de los libros bíblicos. 

No obstante, ellos no definieron el canon, sino que sencillamente dieron testimonio de lo que Dios ya había aceptado mediante sus representantes, quienes fueron guiados por el espíritu santo.
 

Los manuscritos bíblicos antiguos también respaldan el canon comúnmente aceptado hoy. Existen más de cinco mil manuscritos de las Escrituras Griegas en el idioma original, incluidos algunos de los siglos II y III. 

Estos documentos, y no los apócrifos, fueron considerados legítimos durante los primeros siglos de nuestra era, por lo que se copiaron una y otra vez y gozaron de una amplia distribución.
 

Con todo, la prueba más importante de canonicidad la constituye la evidencia interna. Los escritos canónicos armonizan con “el modelo de palabras saludables” que encontramos en el resto de las Escrituras (2 Timoteo 1:13). Exhortan a sus lectores a amar, adorar y servir a Jehová, y advierten contra la superstición, el demonismo y la idolatría. Son históricamente exactos y contienen verdadera profecía. Además, fomentan en sus lectores el amor al prójimo. Estos rasgos caracterizan a los libros de las Escrituras Griegas Cristianas. 

¿Puede decirse lo mismo de los escritos apócrifos?
 

¿En qué son diferentes?
 

Los escritos apócrifos son muy distintos de los canónicos. Para empezar, datan de fechas muy posteriores. De hecho, se calcula que se escribieron a partir de mediados del siglo II. Por otro lado, el cuadro que pintan de Jesús y del cristianismo contradice al de las Sagradas Escrituras.
 

Por ejemplo, el Evangelio según Tomás pone en boca de Jesús muchas expresiones extrañas, como cuando dice que convertiría a María en hombre para que pudiera entrar al Reino del cielo. En Narraciones sobre la infancia del Señor (que también se conoce como el Evangelio del Pseudo Tomás) se presenta a Jesús como un niño malcriado que provoca a propósito la muerte de otro niño. Los libros Hechos de Pablo y Hechos de 

Pedro insisten en la total abstinencia sexual y hasta afirman que los apóstoles exhortaban a las mujeres a separarse de sus esposos. En el Evangelio de Judas, Jesús se ríe de sus discípulos cuando ellos hacen una oración a Dios por una comida. Tales conceptos son totalmente contrarios a los que se hallan en los libros canónicos (Marcos 14:22; 1 Corintios 7:3-5; Gálatas 3:28; Hebreos 7:26).
 

Además, muchos de los escritos apócrifos reflejan creencias de los antiguos gnósticos, que decían que el Creador, Jehová, no era un Dios bueno. También sostenían que la resurrección no era literal, que toda materia física era maligna y que Satanás era el originador del matrimonio y la procreación.
 

Varios libros apócrifos son atribuidos a personajes bíblicos. ¿Hubo alguna oscura conspiración para que estos libros quedaran fuera de la Biblia? Montague R. James, experto en la materia, dice: “No se trata de que alguien los haya excluido del Nuevo Testamento: se excluyeron solos”.
 

Los escritores bíblicos advirtieron que vendría la apostasía
 

En los escritos canónicos encontramos muchas advertencias sobre la llegada de la apostasía, que corrompería la congregación cristiana. De hecho, tal tendencia ya había comenzado en el siglo I, pero los apóstoles la mantuvieron a raya (Hechos 20:30; 2 Tesalonicenses 2:3, 6, 7; 1 Timoteo 4:1-3; 2 Pedro 2:1; 1 Juan 2:18, 19; 4:1-3). Sin embargo, tras la muerte de los apóstoles, aquellas advertencias cobraron más sentido, pues comenzaron a surgir escritos que contradecían las enseñanzas de Jesús.
 

Para algunos eruditos e historiadores, estos documentos antiguos tienen valor histórico. Pero véamoslo de este modo: supongamos que ahora un grupo de expertos empieza a recopilar de distintas revistas de chismes y propaganda religiosa un montón de recortes con información dudosa y de tendencia radical, y los guardan en una bóveda. ¿Haría el paso del tiempo que esos escritos cobraran validez y fueran confiables? Si se sacaran después de mil setecientos años, ¿las mentiras y tonterías escritas en esos artículos se convertirían en verdad solo porque fueran muy antiguos?
 

Obviamente, no. Pues lo mismo ocurre con las afirmaciones de que Jesús se casó con María Magdalena y con otras ideas un tanto descabelladas que aparecen en los libros apócrifos. ¿Por qué creerles a fuentes de tan dudosa credibilidad, sobre todo cuando tenemos a nuestra disposición la Biblia? Todo lo que Dios quiere que sepamos sobre su Hijo está ahí, en la Palabra de Dios, el mejor registro con el que podemos contar.
 

[Nota]
 

El término canon se refiere al conjunto de libros que cuentan con prueba convincente de inspiración divina y que forman parte esencial e indispensable de la Biblia. Por lo general se reconocen 66 libros canónicos.

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