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Wednesday, May 11, 2011

¿Es malo ser ambicioso?

El punto de vista bíblico



“¿QUÉ tienen de malo la fama, la fortuna y el poder?” Esta pregunta apareció en un documento publicado por cierta asociación religiosa bajo la sección “Dilemas éticos”. La información aludía a las siguientes palabras que Dios dirigió a Abrahán: “Haré de ti una nación grande y te bendeciré y de veras haré grande tu nombre” (Génesis 12:2).

Aunque el documento afirmaba que “no debe seguirse una ambición en perjuicio de los demás”, citaba la frase de un famoso rabino del siglo primero: “Si no me ayudo yo, ¿quién me ayudará?”, y terminaba diciendo: “Si uno no desarrolla su pleno potencial, nadie más lo hará”. ¿Plantea la ambición un dilema ético para quien desea servir a Dios? ¿Qué está implicado en desarrollar el potencial de uno? ¿Es malo ser ambicioso? ¿Qué dice la Biblia al respecto?

¿Era Abrahán ambicioso?

En la Biblia se señala a Abrahán como un hombre de fe sobresaliente (Hebreos 11:8, 17). Al prometerle que haría de él una nación numerosa y que haría grande su nombre, Dios no estaba fomentando ambición en Abrahán, sino declarándole el propósito que tenía de bendecir a la humanidad mediante él, propósito que trascendía las simples aspiraciones humanas (Gálatas 3:14).

Por causa de su devoción a Dios, Abrahán dejó lo que a todas luces constituía una vida cómoda y próspera en Ur (Génesis 11:31). Más tarde, a fin de conservar la paz, estuvo dispuesto a ceder poder y autoridad cuando le ofreció a su sobrino Lot la mejor parte de la tierra para que viviera en ella (Génesis 13:8, 9).

No hay nada en la Biblia que dé la imagen de Abrahán como un hombre ambicioso. Al contrario, su fe, obediencia y humildad hicieron que Dios lo considerara un “amigo” verdadero (Isaías 41:8).

Una opinión distinta del poder, las riquezas y la fama

La ambición se define como el “deseo apasionado de poder, riquezas o fama”. Salomón, rey de la antigüedad, poseía poder, riquezas y fama (Eclesiastés 2:3-9). Con todo, resulta de interés notar que al principio de su reinado no lo impulsaba un deseo apasionado por esas cosas. Cuando heredó el trono, Dios le dijo que solicitara lo que quisiera, y Salomón pidió humildemente un corazón obediente y el discernimiento necesario para gobernar al pueblo escogido de Dios (1 Reyes 3:5-9). Más tarde, tras enumerar cuanta riqueza y poder había conseguido, declaró que “todo era vanidad y un esforzarse tras viento” (Eclesiastés 2:11).

¿Mencionó algo aquel rey sobre desarrollar el potencial humano? En cierta forma, sí. Luego de examinar sus muchas experiencias en la vida, su conclusión fue: “Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos.

Porque este es todo el deber del hombre” (Eclesiastés 12:13). De modo que los seres humanos logramos nuestro pleno potencial al cumplir la voluntad divina, no al alcanzar poder, riquezas, fama o una posición prestigiosa.

La humildad conduce a la gloria

Claro que no hay nada malo en tener un grado razonable de amor propio; la Biblia manda amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 22:39). Además, es natural desear comodidades y felicidad. Sin embargo, las Escrituras también fomentan el trabajo duro, la humildad y la modestia (Proverbios 15:33; Eclesiastés 3:13; Miqueas 6:8). Con frecuencia, la persona honrada, confiable y trabajadora se hace notar, consigue un buen empleo y se gana el respeto de los demás. De seguro, seguir este proceder es mejor que manipular a la gente para provecho propio o que competir con otros por un puesto.

Jesús advirtió a sus oyentes contra escoger para sí un lugar prominente en un banquete de bodas. Les aconsejó irse al lugar más bajo y dejar a discreción del anfitrión el colocarlos en otro lugar. Y para dejar claro el principio envuelto, les dijo: “Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lucas 14:7-11).

Los cristianos verdaderos evitan la ambición

La Biblia señala que la ambición altiva está vinculada a la imperfección humana (Santiago 4:5, 6). Hubo un tiempo en que el apóstol Juan fue ambicioso. Tal era su deseo de tener una posición destacada que, junto con su hermano, tuvo el atrevimiento de pedirle a Jesús un lugar prominente en el Reino (Marcos 10:37). Pero con el tiempo cambió de actitud. De hecho, en su tercera epístola escribió enérgicas palabras de censura contra Diótrefes, de quien dijo: “Le gusta tener el primer lugar” (3 Juan 9, 10). Hoy día, los cristianos toman a pecho las palabras de Jesús y se visten de humildad, siguiendo también el ejemplo del apóstol Juan, quien, con el paso de los años, aprendió a evitar las tendencias ambiciosas.

Ahora bien, siendo realistas, hay que admitir que los talentos, las aptitudes, las buenas acciones y el duro trabajo de alguien no le garantizan el reconocimiento debido. Habrá ocasiones en que se le reconozca el mérito, y ocasiones en que no (Proverbios 22:29; Eclesiastés 10:7). A veces, la persona menos capacitada será la que obtenga un puesto de autoridad, mientras que la que tiene mejores aptitudes pasará desapercibida. En este mundo imperfecto, los que alcanzan el prestigio y el poder no necesariamente son quienes están mejor capacitados.

Para los cristianos verdaderos, la ambición no plantea ningún dilema ético, su conciencia educada por la Biblia les ayuda a evitarla. Se esmeran por hacer las cosas lo mejor que puedan en toda situación, para la gloria de Dios, y dejan el resultado en Sus manos (1 Corintios 10:31). El cristiano se esfuerza por desarrollar su pleno potencial temiendo a Dios y guardando sus mandamientos.

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