En las semanas posteriores a la muerte de Jesús, sus discípulos tuvieron la dicha de ver cómo atraía Jehová a más personas. Tan solo en un día se bautizaron 3.000 judíos y prosélitos que habían venido de muchos países a Jerusalén con motivo del Pentecostés. ¡Qué conmoción debió de haber causado aquello en Jerusalén, el corazón del judaísmo! La Biblia dice que “empezó a sobrevenirle temor a toda alma” y que ocurrieron “muchos portentos presagiosos y señales [...] mediante los apóstoles” (Hech. 2:41, 43).
Los líderes religiosos se enfurecieron y arrestaron a Pedro y a Juan; los mantuvieron toda la noche bajo custodia y les ordenaron que dejaran de hablar de Jesús. Una vez que fueron liberados, los dos apóstoles informaron a los hermanos lo que había ocurrido. Preocupados por la oposición, todos juntos le oraron a Jehová y le pidieron: “Concede a tus esclavos que sigan hablando tu palabra con todo denuedo”. ¿Cuál fue el resultado? “Todos sin excepción quedaron llenos del espíritu santo, y hablaban la palabra de Dios con denuedo.” (Hech. 4:24-31.)
Es de notar que los discípulos obtuvieron el valor que necesitaban para proclamar el mensaje gracias al poderoso espíritu santo de Jehová. De igual modo hoy día, nosotros hablamos de la verdad con todos, incluso con nuestros adversarios, no porque seamos valientes por naturaleza, sino porque Jehová nos da su espíritu santo; solo es cuestión de que se lo pidamos. Así es, con la ayuda de Jehová podremos resistir con valor todo tipo de oposición (léase Salmo 138:3).
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