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Monday, March 7, 2011

¿Por qué no contesta Dios todas las oraciones?


 
Dios quiere que nos acerquemos a él. Lo que es más, a él le gusta que le oremos con franqueza, igual que a un padre cariñoso le gusta que sus hijos le expresen libremente sus sentimientos. Aun así, como buen padre que es, no siempre nos concede lo que le pedimos. Él tiene buenas razones para actuar así y no las cubre con un velo de misterio, pues podemos encontrarlas en la Biblia.
 
El apóstol Juan explica con respecto a las oraciones: “Esta es la confianza que tenemos para con él, que, no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). Así es, nuestras oraciones deben estar de acuerdo con la voluntad de Dios. Por eso, no escucha a quienes piden cosas como ganar la lotería o una apuesta, ni a quienes oran motivados por malos deseos. El discípulo Santiago previene contra este mal uso de las oraciones. “Piden, y sin embargo no reciben —dice él—, porque piden con un propósito malo, para gastarlo en los deseos vehementes que tienen de placer sensual.” (Santiago 4:3.)
Imaginemos, por ejemplo, que en un partido de fútbol, ambos equipos rezan pidiendo la victoria. ¿Contestará Jehová Dios sus oraciones? Obviamente no, pues son incompatibles entre sí. Lo mismo pasa con los conflictos bélicos de hoy día en los que cada ejército pide la victoria para su bando.
 
Además, quienes desobedecen las leyes divinas tampoco pueden esperar que Jehová los escuche. Fijémonos en lo que Dios dijo en cierta ocasión a quienes le servían con hipocresía: “Aunque hagan muchas oraciones, no escucho; sus mismas manos se han llenado de derramamiento de sangre” (Isaías 1:15). La Biblia dice sin rodeos: “El que aparta su oído de oír la ley... hasta su oración es cosa detestable” (Proverbios 28:9).
 
Sin embargo, Jehová sí escucha las oraciones de quienes se esfuerzan por servirle de acuerdo con Su voluntad. Claro, esto no quiere decir que siempre acceda a todas sus peticiones. Veamos algunos ejemplos bíblicos que así lo demuestran.
 
Pensemos en el caso de Moisés. Él tenía una estrecha relación con Dios; aun así, también tenía que orar “conforme a su voluntad”. En una ocasión, le suplicó que lo dejara entrar en la tierra de Canaán: “Déjame pasar, por favor, y ver la buena tierra que está al otro lado del Jordán”. Pero su petición era contraria a la voluntad de Jehová, quien tiempo antes lo había castigado por un pecado prohibiéndole entrar en la Tierra Prometida. Por eso, Dios no le dio lo que pedía y le dijo: “¡Basta ya! Nunca me vuelvas a hablar de este asunto” (Deuteronomio 3:25, 26; 32:51).
 
Otro caso es el del apóstol Pablo. Él pedía a Dios que lo librara de lo que él llamaba “una espina en la carne” (2 Corintios 12:7). Puede que esa “espina” fuera un problema crónico de la vista o el acoso constante de enemigos y “falsos hermanos” (2 Corintios 11:26; Gálatas 4:14, 15). Pablo cuenta: “Tres veces supliqué al Señor que esta se apartara de mí”. Pero Jehová sabía que si Pablo seguía predicando pese a esa molesta “espina en la carne”, se demostrarían el poder de Dios y la confianza que el apóstol tenía en Él. Así pues, en vez de quitarle esa “espina”, le dijo: “Mi poder está perfeccionándose en la debilidad” (2 Corintios 12:8, 9).
 
En efecto, Jehová siempre vela por nuestro bien. Por eso, nos concede solo aquello que nos conviene y que está en armonía con su amoroso propósito registrado en la Biblia.

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