En realidad, parece que Jesús tardó ese tiempo deliberadamente. ¿Por qué decimos esto? Analicemos el relato que se encuentra en el capítulo 11 del Evangelio de Juan.
Cuando Lázaro, amigo de Jesús que vivía en Betania, enfermó gravemente, sus hermanas avisaron al Maestro (versículos 1-3). En aquel momento, Jesús se hallaba a unos dos días de viaje de Betania (Juan 10:40).
Al parecer, Lázaro murió más o menos al mismo tiempo en que Jesús recibía el aviso. ¿Qué hizo Jesús? “Permaneció dos días en el lugar donde estaba” y, a continuación, salió para Betania (versículos 6, 7). Puesto que esperó dos días para salir y el viaje le llevó otros dos días, Jesús llegó a la tumba cuatro días después de la muerte de Lázaro (versículo 17).
Jesús ya había efectuado dos resurrecciones antes: una de ellas inmediatamente después de la muerte de la persona, y la otra quizás horas después, aunque en el mismo día en que falleció la persona (Lucas 7:11-17; 8:49-55). ¿Podría resucitar a alguien que llevaba cuatro días muerto y cuyo cuerpo ya había comenzado a descomponerse? (Versículo 39.) Curiosamente, según una obra de consulta bíblica, entre los judíos existía la creencia de que no había esperanza “para una persona que llevara muerta cuatro días, pues para ese momento el cuerpo ya mostraba signos apreciables de descomposición, y el alma que —según se creía— había estado flotando sobre el cuerpo durante tres días, ya lo habría abandonado”.
Si alguno de los que se encontraban al lado de la tumba tenía dudas, estaba a punto de presenciar el poder de Cristo sobre la muerte. De pie ante la puerta abierta de la tumba, Jesús clamó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal!”. Entonces, “el hombre que había estado muerto salió” (versículos 43, 44). La resurrección, y no el concepto falso de que el alma vive después de la muerte, es la auténtica esperanza para los muertos (Ezequiel 18:4; Juan 11:25).
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