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Friday, April 8, 2011

¿Aprueba Dios las guerras?


 

¡CUÁNTAS veces han declarado o aprobado la guerra en el nombre de Dios gobernantes, generales y hasta miembros del clero! En 1095, con la bendición del papa Urbano II, la cristiandad emprendió la primera cruzada a fin de reconquistar la “ciudad santa” de Jerusalén. Pero los turcos, cuyo fervor por Alá igualaba la fe de los cruzados en la Trinidad, acabaron con una tropa de invasores antes de que estos lograran su objetivo.
 

En agosto de 1914, un joven alemán que combatió en la primera guerra mundial escribió desde el campamento en el que se hallaba: “Si hay justicia en este mundo y si Dios interviene en los asuntos humanos —de lo cual estoy absolutamente seguro—, la victoria será nuestra”. Ese mismo mes, el zar Nicolás II lanzó al ejército ruso contra Alemania. Al hacerlo declaró: “Envío mis más sinceros saludos a mis valientes soldados y a mis ilustres aliados. ¡Dios está con nosotros!”.
 

Impelidos por palabras como estas, millones de hombres han ido al frente totalmente convencidos de que Dios estaba de su parte. Mucha gente cree que Dios permite tomar las armas cuando el objetivo es lograr la libertad, y para justificarse ponen como ejemplo las guerras que se relatan en las Escrituras Hebreas (llamadas comúnmente Antiguo Testamento). ¿Es correcta tal interpretación de la Palabra de Dios?
 

Las guerras del antiguo Israel
 

Jehová Dios decretó que Israel fuera a la guerra a fin de eliminar de la Tierra Prometida a los depravados cananeos (Levítico 18:1, 24-28; Deuteronomio 20:16-18). Tal como Dios castigó a los malhechores con un diluvio en los días de Noé, y con fuego en el caso de Sodoma y Gomorra, utilizó a la nación de Israel como instrumento de ejecución (Génesis 6:12, 17; 19:13, 24, 25).
 

Según la Biblia, los israelitas lucharon en otras ocasiones bajo la dirección divina, normalmente para defenderse de ataques enemigos que no habían provocado. Cuando obedecían a Jehová, las guerras concluían a su favor (Éxodo 34:24; 2 Samuel 5:17-25). Pero si se atrevían a ir a la batalla cuando el consejo divino era de no hacerlo, las consecuencias solían ser desastrosas. Observe el caso del rey Jeroboán. 

Pasando por alto una advertencia profética directa, despachó su enorme ejército contra Judá, lo que provocó una guerra civil. Para cuando por fin terminó el conflicto, había perdido a 500.000 soldados (2 Crónicas 13:12-18). Hasta el fiel rey Josías participó en una batalla que no era de él, imprudencia que le costó la vida (2 Crónicas 35:20-24).
 

¿Qué demuestran estos sucesos? Que en el antiguo Israel, la decisión de ir a la guerra le correspondía a Dios (Deuteronomio 32:35, 43). Él hizo pelear a su pueblo con determinados fines. Sin embargo, tales fines se alcanzaron hace mucho tiempo. Además, Jehová predijo que las personas que le sirvieran ‘en la parte final de los días batirían sus espadas en rejas de arado y no aprenderían más la guerra’ (Isaías 2:2-4). Por lo tanto, los enfrentamientos relatados en la Biblia no justifican los conflictos de la actualidad, que ni cuentan con la dirección de Dios ni obedecen a una orden suya.
 

El efecto de las enseñanzas de Cristo
 

Cuando estuvo en la Tierra, Jesús enseñó a sustituir el odio por amor altruista al dar el siguiente mandamiento: “Que ustedes se amen unos a otros así como yo los he amado a ustedes” (Juan 15:12). También dijo: “Felices son los pacíficos” (Mateo 5:9). El término griego que en este texto se traduce por “pacíficos” significa más que ser tranquilo. En realidad, conlleva la idea de fomentar la paz, promover activamente la buena voluntad.
 

La noche que detuvieron a Jesús, el apóstol Pedro intentó defenderlo con un arma mortífera. Pero el Hijo de Dios lo reprendió: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada” (Mateo 26:52). ¿Cómo entendieron los cristianos del siglo primero esas palabras? Observe lo que mencionan las siguientes fuentes:
 

“Un repaso cuidadoso de toda la información de que disponemos [demuestra] que, hasta el tiempo de Marco Aurelio [121-180 E.C.], ningún cristiano se hizo soldado; y ningún soldado, después de llegar a ser cristiano, permaneció en el ejército.” (The Rise of Christianity [La aparición del cristianismo].)
 

“El comportamiento de los [primeros] cristianos era muy diferente del de los romanos. [...] Puesto que Cristo había predicado la paz, ellos rehusaban hacerse soldados.” (Our World Through the Ages [Nuestro mundo a lo largo de los tiempos].)
 

Así es, los cristianos se negaron a servir en las legiones romanas del emperador, por lo que muchos de ellos fueron ejecutados. ¿Por qué mantuvieron una postura tan impopular? Porque Jesús les enseñó a ser pacificadores.
 

Las guerras actuales
 

Imagínese lo terrible que sería que los seguidores de Cristo lucharan en bandos opuestos e intentaran matarse unos a otros. Tal modo de actuar iría en contra de los principios cristianos. Así pues, quienes obedecen al Dios de la Biblia no causan daño a nadie, ni siquiera a sus enemigos (Mateo 5:43-45).
 

Es obvio que Dios no bendice las guerras que pelean en la actualidad los seres humanos. Los verdaderos cristianos son pacíficos y fomentan, por tanto, la paz que imperará en toda la Tierra bajo el Reino de Dios.
 

[Nota]
 

La Biblia menciona “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”, o “Har–Magedón”. Esta guerra no es una contienda humana, sino una destrucción selectiva de los malhechores que Dios efectuará. De modo que no se puede utilizar el Har–Magedón para justificar los conflictos actuales ni para concluir que Dios los bendice (Revelación [Apocalipsis] 16:14, 16; 21:8).

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