La información que tenemos sobre la creación no es nada en comparación con lo que nos falta por descubrir. El fiel Job destacó nuestra ignorancia al decir que tan solo conocemos de Dios “los bordes de sus caminos”, o sea, de sus obras creativas. Y a continuación exclamó: “¡Y qué [leve] susurro [...] se ha oído acerca de él!” (Job 26:14). Siglos después, un sagaz observador del mundo natural, el rey Salomón, señaló acerca de Jehová: “Todo lo ha hecho bello a su tiempo. Aun el tiempo indefinido ha puesto en el corazón de ellos, para que la humanidad nunca descubra la obra que el Dios verdadero ha hecho desde el comienzo hasta el fin” (Ecl. 3:11; 8:17).
Con todo, Jehová ha revelado importantes detalles relacionados con sus obras. Por ejemplo, las Escrituras indican que en tiempos remotos el espíritu santo estuvo muy activo en nuestro planeta (léase Génesis 1:2). En aquel entonces no había tierra seca ni luz ni, al parecer, aire respirable.
La Biblia describe luego la labor que realizó Dios en una sucesión de días creativos, los cuales no fueron períodos de veinticuatro horas, sino enormes espacios de tiempo. En el primero de ellos, Jehová hizo que empezara a percibirse la luz sobre la superficie terrestre. Así dio inicio a un proceso que culminó en una etapa posterior, cuando el Sol y la Luna se hicieron visibles desde la Tierra (Gén. 1:3, 14). En el segundo día comenzó a formarse la atmósfera (Gén. 1:6). Como consecuencia, el planeta disponía ya de agua, luz y aire. Sin embargo, aún no había tierra seca. A principios del tercer día creativo, Jehová usó su espíritu para producir las masas continentales. Quizás logró que se elevaran sobre el vasto mar que cubría el planeta valiéndose de poderosas fuerzas geológicas (Gén. 1:9). Más tarde, tanto en ese día como en los siguientes, tendrían lugar otros acontecimientos de gran magnitud.
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