Jehová nunca obliga a nadie a servirle. Permite que cada persona haga uso de su libre albedrío. Y concede su aprobación a quien toma la sabia decisión de servirle. En tiempos de Isaías planteó esta pregunta: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”. Como vemos, reconoció el derecho del profeta a tomar su propia decisión y respetó su dignidad. Sin duda, Isaías se sintió muy satisfecho de poder responderle: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí” (Isa. 6:8).
Cada uno de nosotros es libre de rendir culto a Dios o de negarse a hacerlo. Jehová quiere que lo adoremos por voluntad propia (léase Josué 24:15). Nunca aprobará nuestro servicio si lo realizamos de mala gana o simplemente para complacer a otras personas (Col. 3:22). Tampoco lo aceptará si se lo ofrecemos “con titubeo”, es decir, si actuamos con indecisión al dejar que algunas actividades cristianas sufran por culpa de los intereses mundanos (Éxo. 22:29). Él sabe que cuando le servimos con toda el alma, los primeros beneficiados somos nosotros. Esta es la razón por la que Moisés exhortó a los israelitas a elegir la vida. ¿De qué modo harían esa elección? “Amando a Jehová [...], escuchando su voz y adhiriéndo[se] a él.” (Deu. 30:19, 20.)
En la antigüedad, el rey David cantó a Jehová: “Tu pueblo se ofrecerá de buena gana en el día de tu fuerza militar. En los esplendores de la santidad, desde la matriz del alba, tienes tu compañía de hombres jóvenes justamente como gotas de rocío” (Sal. 110:3). Hoy, mucha gente solo se preocupa por el dinero y las diversiones. Sin embargo, quienes aman a Jehová comprenden que el servicio sagrado siempre viene primero. Y el celo con el que predican las buenas nuevas deja claro cuáles son sus prioridades. Confían plenamente en que Jehová cubrirá sus necesidades cotidianas (Mat. 6:33, 34).
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