Hoy, muchos llegan a la misma conclusión equivocada que algunos israelitas del tiempo de Malaquías: “¿De qué vale servir a Dios? ¿Qué hemos ganado con obedecer sus mandamientos[?]” (Mal. 3:14, Nueva Traducción Viviente). Cegados por el materialismo, creen que las promesas de Jehová nunca se realizarán y que las leyes divinas se han quedado anticuadas. Piensan que lo único que logran quienes van a predicarles es perder el tiempo y perturbar la paz de los hogares.
Esa forma de pensar se remonta en realidad al jardín de Edén. ¿Quién convenció a Eva de que no era suficiente la maravillosa vida que Jehová le había dado? ¿Quién le insinuó que no valía la pena esforzarse por conseguir la aprobación de su Padre celestial? Fue Satanás, el mismo que hoy induce a la gente a creer que no se consigue nada haciendo la voluntad de Dios. Pero Eva y su esposo terminaron comprobando que perder el favor divino implica perder la vida. Y esa es la amarga lección que aprenderán dentro de poco todos los que siguen su mal ejemplo (Gén. 3:1-7, 17-19).
Alguien que actuó de manera mucho más sabia que nuestros primeros padres fue la viuda de Sarepta. ¿Qué hizo al escuchar las alentadoras palabras del profeta? Se puso a hornear el poco pan que tenía y le sirvió a él primero. Pero Jehová fue fiel a la promesa que le había hecho mediante Elías, como bien señala el relato: “Continuó comiendo, ella junto con él y con su casa, por días. El jarro grande de harina mismo no se agotó, y el jarro pequeño de aceite mismo no falló, conforme a la palabra de Jehová que él había hablado por medio de Elías” (1 Rey. 17:15, 16).
La viuda de Sarepta hizo algo que hoy solo una pequeña parte de los miles de millones de habitantes del planeta están dispuestos a hacer. Cifró su fe en el Dios de la salvación, y él no le falló. Esta y muchas otras narraciones bíblicas nos confirman que Jehová merece toda nuestra confianza (léanse Josué 21:43-45 y 23:14). Y en la actualidad también vemos numerosas pruebas de que él nunca abandona a quienes gozan de su aprobación (Sal. 34:6, 7, 17-19).
El día de juicio “sobre todos los que moran sobre la haz de toda la tierra” es inminente e inevitable (Luc. 21:34, 35). De poco van a servir los lujos y las riquezas. Nada tendrá más valor que oír al Juez designado por Dios diciéndonos: “Vengan, ustedes que han sido bendecidos por mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes” (Mat. 25:34). Entonces veremos hacerse realidad estas palabras: “Tú mismo bendecirás al justo, oh Jehová; como con un escudo grande, con aprobación lo cercarás” (Sal. 5:12). Sin duda, ahora es el momento de buscar la aprobación de Dios.
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