“Tu espíritu es bueno; que me guíe en la tierra de la rectitud.” (SAL. 143:10)
¿QUÉ le viene a la mente al oír hablar de la operación del espíritu santo? Tal vez piense en las hazañas de Gedeón y Sansón (Jue. 6:33, 34; 15:14, 15). O quizás acudan a su memoria la valentía de los primeros cristianos y la serenidad con que Esteban se enfrentó al Sanedrín (Hech. 4:31; 6:15). Y si reflexiona sobre tiempos más recientes, es muy probable que recuerde el gozo que reina en las asambleas internacionales, la fidelidad de los hermanos encarcelados por su neutralidad o el extraordinario crecimiento de la predicación. Sin lugar a dudas, todos estos son claros ejemplos de la intervención de la fuerza activa de Jehová.
En vista de lo anterior, ¿debemos entender que el espíritu santo actúa únicamente en ocasiones especiales o en casos extremos? De ningún modo. La Biblia señala que los cristianos están “andando por espíritu”, “viviendo por espíritu” y siendo “conduc[idos] por espíritu” (Gál. 5:16, 18, 25). Dichas expresiones muestran que esta fuerza divina puede ejercer una influencia constante en nosotros. Por eso, debemos pedirle todos los días a Jehová que guíe nuestros pensamientos, palabras y acciones mediante su espíritu (léase Salmo 143:10). Si dejamos que este obre libremente, producirá en nuestra vida un fruto que dará gloria a Dios y beneficiará al prójimo.
¿Por qué es tan necesario que nos dejemos guiar por el espíritu santo? Porque nos enfrentamos a una fuerza que actúa en contra de este y quiere dominarnos. Se trata de “la carne”, expresión bíblica que se refiere a nuestra inclinación al pecado, la cual se debe a la imperfección que heredamos de Adán (léase Gálatas 5:17).
No comments:
Post a Comment