“He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe.” (2 TIM. 4:7.)
ERA un hombre inteligente y decidido. Sin embargo, ‘se comportaba en armonía con los deseos de la carne’ (Efe. 2:3). Como llegó a decir de sí mismo, “era blasfemo y perseguidor y hombre insolente” (1 Tim. 1:13). Hablamos de Saulo de Tarso.
En determinado momento, Saulo dio un giro radical a su vida. Cambió su manera de actuar y se esforzó por ‘no buscar su propia ventaja, sino la de muchos’ (1 Cor. 10:33). Se convirtió en una persona amable que se encariñó con aquellos que habían sido víctimas de su odio (léase 1 Tesalonicenses 2:7, 8).
Él escribió: “Llegué a ser ministro [...]. A mí, hombre que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta bondad inmerecida, de declarar a las naciones las buenas nuevas acerca de las riquezas insondables del Cristo” (Efe. 3:7, 8).
Saulo, conocido después como el apóstol Pablo, progresó espiritualmente de un modo extraordinario (Hech. 13:9). Si analizamos las cartas de este apóstol y el historial de su ministerio e imitamos su ejemplo de fe, seguro que nosotros también progresaremos más rápido en la verdad (léase 1 Corintios 11:1; Hebreos 13:7).
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