Al igual que muchas personas de la actualidad, Salomón trató de encontrar la felicidad en los placeres. “No retuve mi corazón de ninguna clase de regocijo”, escribió (Ecl. 2:10). ¿Qué clase de placeres buscó? Según el capítulo 2 de Eclesiastés, alegró su vida con vino —bebiendo con moderación, por supuesto—, diseñó jardines, construyó palacios y disfrutó de la música y la buena comida.
¿Condena la Biblia que pasemos ratos agradables con nuestros amigos? Claro que no. Salomón reconoce, por ejemplo, que disfrutar tranquilamente de una comida tras un día de duro trabajo es un don de Dios (léase Eclesiastés 2:24; 3:12, 13). Además, el propio Jehová invita a los jóvenes a ‘regocijarse en su juventud’ con sentido de responsabilidad (Ecl. 11:9). Todos necesitamos descanso y diversión sana (compárese con Marcos 6:31). Pero nuestra vida no debe girar en torno a tales cosas.
El esparcimiento debe ser como el postre que se sirve al final de la comida, no el plato principal. Por mucho que a uno le gusten los platos dulces, si no come otra cosa, pronto se cansará, y además obtendrá poca nutrición. Del mismo modo, Salomón se dio cuenta de que centrarse en los placeres es igual de insustancial, como “esforzarse tras [el] viento” (Ecl. 2:10, 11).
Además, no todas las actividades recreativas son sanas. Muchas son muy dañinas, tanto espiritual como moralmente. Millones de personas han caído en las drogas, la bebida y el juego solo porque querían “pasar un buen rato”. ¡Qué manera de arruinarse la vida! Jehová nos advierte bondadosamente de que si dejamos que el corazón o los ojos nos lleven a obrar mal, sufriremos las consecuencias (Gál. 6:7).
Por otra parte, si concedemos demasiada importancia a los placeres, será imposible dar la debida atención a los asuntos que sí tienen importancia. Recuerde que la vida es corta, y nada garantiza que estaremos libres de problemas y enfermedades. De ahí que, como también indicó Salomón, nos beneficie más asistir a un funeral —en especial si es el de un fiel hermano— que estar en “la casa del regocijo” (léase Eclesiastés 7:2, 4).
¿Por qué? Porque escuchar el discurso de funeral y reflexionar en la vida de ese fiel siervo de Jehová quizás nos motive a examinar nuestra propia vida. Tal vez veamos que para no desaprovechar los días que nos quedan, debemos replantearnos los objetivos que tenemos (Ecl. 12:1).
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