Hay quienes creen que fuimos creados para vivir un corto espacio de tiempo en la Tierra, atravesar distintas pruebas, disfrutar de cierta medida de felicidad y luego morir y pasar a existir en un lugar mejor. Según su punto de vista, la muerte es parte del propósito de Dios para la humanidad.
No obstante, la Biblia muestra que la muerte nos aflige por una razón muy distinta, al decir: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Romanos 5:12). Este versículo indica que morimos por culpa del pecado, pues sus efectos fatales han infectado a toda la humanidad mediante “un solo hombre”. Ahora bien, ¿quién fue ese hombre?
The World Book Encyclopedia comenta que la mayoría de los científicos creen que todos los seres humanos descienden de un antepasado común, y la Biblia aclara quién fue ese “un solo hombre”. Génesis 1:27 dice así: “Dios procedió a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó”. En efecto, la primera pareja humana coronó de gloria la creación terrestre del Dios todopoderoso.
El relato de Génesis nos da más detalles en cuanto a la vida que los seres humanos disfrutarían.
Es significativo que, en todo el relato de la creación del primer hombre, Dios no hiciera ni una sola mención de la muerte, excepto como resultado de la desobediencia (Génesis 2:16, 17). Él deseaba que los seres humanos vivieran en un hermoso paraíso terrenal, felices y saludables para siempre. No se proponía que envejecieran y finalmente murieran. ¿Cómo, entonces, llegó la muerte a adueñarse de la humanidad?
El capítulo 3 de Génesis narra que nuestros primeros padres decidieron a sabiendas desobedecer a quien les había dado la vida, Jehová Dios. En consecuencia, Dios ejecutó la sentencia que ya les había anunciado. Le dijo al hombre: “Polvo eres y a polvo volverás” (Génesis 3:19). En armonía con lo que Dios había dicho, los dos seres humanos desobedientes acabaron muriendo.
Pero el daño se extendió mucho más allá de aquella primera pareja. Su desobediencia echó por tierra la perspectiva de la vida perfecta que sus descendientes podrían haber disfrutado. Jehová había incluido en su propósito a los seres humanos que aún no habían nacido, pues a Adán y Eva les dijo: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:28).
Con el tiempo, sus descendientes llenarían la Tierra y disfrutarían de una vida de inmensa felicidad sin tener que morir nunca. Pero “un solo hombre” —su antepasado Adán— los vendió como esclavos al pecado, condenándolos a una muerte segura. El apóstol Pablo, descendiente como nosotros de aquel primer hombre, escribió: “Yo soy carnal, vendido bajo el pecado” (Romanos 7:14).
Tal como personas vandálicas han dañado en años recientes obras de arte de incalculable valor, así Adán, al pecar, dañó gravemente la maravillosa creación de Dios, la humanidad. Los hijos de Adán también tuvieron hijos, luego nietos, y así sucesivamente. Cada generación ha seguido el mismo ciclo de nacer, crecer, reproducirse y morir. ¿Por qué han tenido todos que morir?
Por ser descendientes de Adán. La Biblia señala que “por la ofensa de un solo hombre muchos murieron” (Romanos 5:15). La enfermedad, la vejez, la tendencia al mal y la muerte misma constituyen el lamentable resultado de que Adán traicionara a su propia familia. Y en esa familia figuramos todos nosotros.
En su carta a los cristianos de Roma, el apóstol Pablo escribió sobre la penosa situación de los seres humanos imperfectos como él y sobre la frustrante lucha contra los efectos del pecado. “¡Hombre desdichado que soy! —exclamó—. ¿Quién me librará del cuerpo que está padeciendo esta muerte?” Buena pregunta, ¿verdad? ¿Quién rescataría de la esclavitud al pecado y la muerte tanto a Pablo como a todos los que anhelan dicho rescate?
El propio apóstol da la respuesta: “¡Gracias a Dios mediante Jesucristo nuestro Señor!” (Romanos 7:14-25). En efecto, nuestro Creador ha dispuesto lo necesario para rescatarnos mediante su Hijo, Jesucristo.
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