En el siglo primero de nuestra era, los judíos pagaban un impuesto anual de “dos dracmas” para el templo, aproximadamente el salario de dos días de doce horas de trabajo (Mateo 17:24). Por otra parte, Jesús dijo que dos gorriones costaban “una moneda de poco valor”, el equivalente a cuarenta y cinco minutos de trabajo. Y no solo eso, sino que con dos de esas monedas, es decir, el equivalente a noventa minutos de trabajo, se conseguían cinco gorriones (Mateo 10:29; Lucas 12:6).
La viuda necesitada a quien Jesús observó en el templo echó dos monedas de mucho menos valor: dos leptones. El leptón era la moneda de cobre más pequeña que se utilizaba en Israel en aquel tiempo. Equivalía a la sesentaicuatroava parte (1⁄64) del salario de un día o, en otras palabras, a menos de doce minutos de trabajo.
Para Jesucristo, la ofrenda de la viuda tenía más valor que las cuantiosas ofrendas de los demás, los cuales dieron “de lo que les sobra[ba]”. ¿Por qué? Porque, de las “dos monedas pequeñas” que tenía, ella podría haber contribuido una y guardado la otra, pero prefirió ofrecer “cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (Marcos 12:41-44; Lucas 21:2-4).
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