Si tenemos siempre presente a Jehová, le obedeceremos en todo y como resultado recibiremos abundantes bendiciones (Deu. 28:13; 1 Sam. 15:22). En efecto, debemos estar prestos a obedecer a Jehová. Pensemos en la actitud que demostraron las cinco hijas de Zelofehad, que vivieron en el tiempo de Moisés.
La costumbre entre los israelitas era que la herencia familiar pasara a los hijos, y no a las hijas. Pero como Zelofehad murió sin hijos varones, Jehová ordenó que se entregara la herencia a sus hijas. Sin embargo, había una condición que respetar: debían casarse exclusivamente con hombres de la tribu de Manasés, de modo que la herencia no pasara a ninguna otra tribu (Núm. 27:1-8; 36:6-8).
Las hijas de Zelofehad estaban seguras de que las cosas saldrían bien si obedecían a Dios. La Biblia señala: “Tal como Jehová había mandado a Moisés, de esa manera lo hicieron las hijas de Zelofehad. Por consiguiente, Mahlá, Tirzá y Hoglá y Milcá y Noá, las hijas de Zelofehad, llegaron a ser las esposas de los hijos de los hermanos de su padre. Llegaron a ser esposas de algunos de las familias de los hijos de Manasés hijo de José, para que la herencia de ellas continuara junto con la tribu de la familia de su padre” (Núm. 36:10-12).
Estas mujeres obedientes siguieron las órdenes de Jehová (Jos. 17:3, 4). Hoy día los cristianos solteros que son espirituales hacen lo mismo: confían en Dios y lo obedecen casándose “solo en el Señor” (1 Cor. 7:39).
También debemos imitar a Caleb, otro israelita que obedeció a Jehová en todo (Deu. 1:36). Después de que el pueblo de Israel fuera liberado de Egipto en el siglo XVI antes de nuestra era, Moisés envió a doce espías a Canaán. Pero solo dos de ellos, Josué y Caleb, instaron a la gente a confiar en Jehová y a entrar en aquella tierra (Núm. 14:6-9).
Unos cuarenta años después, tanto Caleb como Josué —que fue elegido por Dios para guiar al pueblo a la Tierra Prometida— estaban aún con vida, siguiendo fielmente a Jehová. En cambio, todo parece indicar que los otros diez espías murieron durante los cuarenta años que Israel pasó vagando en el desierto (Núm. 14:31-34).
Como sobreviviente de aquella travesía, Caleb pudo afirmar delante de Josué: “Yo seguí plenamente a Jehová mi Dios” (léase Josué 14:6-9). A sus 85 años solicitó que se le permitiera ocupar la región montañosa que Jehová le había prometido, a pesar de que esta aún tenía grandes ciudades fortificadas que estaban habitadas por enemigos de Israel (Jos. 14:10-15).
Si “[seguimos] plenamente a Jehová”, él nos ayudará, tal como ayudó al fiel y obediente Caleb. Así es, si le obedecemos en todo, aun en medio de grandes dificultades, Jehová nos otorgará su favor. Ahora bien, seguir a Dios como lo hizo Caleb, a lo largo de toda una vida, no es nada fácil.
Por ejemplo, el rey Salomón inició muy bien su reinado, pero cuando envejeció, sus esposas lo indujeron a adorar a deidades paganas, de modo que “no siguió de lleno a Jehová como David su padre” (1 Rey. 11:4-6). Por consiguiente, obedezcamos a Dios en todo y tengámoslo siempre presente, sin importar las dificultades que afrontemos.
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